"Andalucía es la última esperanza para alcanzar una concordia nacional”, afirmó recientemente el rector de la Universidad de Sevilla, Miguel Ángel Castro, absolutamente convencido de que nuestra tierra no sólo debe ser un elemento vertebrador, sino también determinante en la configuración territorial de la que se dote España, única nación donde -lamentó- los ricos se quejan de que los pobres les roben. Mensaje potente, con muchas aristas de obligado análisis, que lanzó en el programa Ser Andaluces de la Cadena SER Andalucía, donde semanas antes, en clara sintonía, el prestigioso urbanista Manuel González Fustegueras avisó del deseo de las regiones más prósperas de mantener su situación de privilegio por lo que instó a Andalucía, y no el Estado, a acabar con nuestra resignación histórica y evolucionar para que no vayamos a salir nuevamente perjudicados.
Estas advertencias deberían ser escuchadas detenidamente por nuestros representantes políticos, de cualquier partido o signo ideológico, porque mucho me temo que se están quedando unos y otros en fuegos de artificio. Los partidos que sustentan el Gobierno andaluz (PP y Cs) porque parecen únicamente preocupados en alimentar una estrategia de confrontación cuando el verdadero agravio aún no ha llegado. A Vox le trae al pairo en su línea de cuánto peor reparto se haga más propagará su cruzada contra el Estado autonómico. El PSOE andaluz, debido a su situación de extrema debilidad, hace gala de un entreguismo irreconocible hacia algunos movimientos cuando menos inquietantes en las relaciones territoriales. Y Podemos e Izquierda Unida distraídos en resolver futuros liderazgos y los disensos entre ambos para evitar que descabalgue la confluencia Adelante Andalucía, más tocada que nunca tras el rechazo de los morados anticapitalistas andaluces al gobierno de coalición en Madrid entre socialistas y Unidas Podemos.
Así las cosas, bien harían nuestros gobernantes y sus opositores en leer y releer a Castro y González Fustegueras para estar vigilantes ante las posibles prebendas que reciban muchos territorios -y no sólo Cataluña- por sus apoyos o abstenciones en la investidura de Pedro Sánchez que puedan ir en detrimento de los intereses de Andalucía. Si no evitamos que los ricos dejen de quejarse de que los pobres les roban, los pobres lamentarán además el nacimiento de nuevos ricos gracias a su papel estratégico en la débil suma de escaños de que dispone Pedro Sánchez. Por lo tanto, Andalucía debe grabarse a fuego que no pagará traidores bajo la premisa de que nunca sirvió para enfrentar españoles. Eso seguirá siendo así sólo si nuestra tierra se erige nuevamente como garante para resolver los problemas del país.
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