El centro de Málaga una vez más, en el punto de mira. Y no es para menos.
Se va a aprobar en breve la ansiada para los vecinos y rechazada para hosteleros moratoria que impedirá nuevas aperturas en un lustro. Cinco años, oiga. Que no son cincuenta, como acarrean muchas concesiones millonarias en materia de infraestructuras o transportes. Es sólo un pequeño impasse.
Pero, y habida cuenta de que no se puede poner puertas al campo, toca ahora analizar con sosiego la magnitud que ha adquirido la proyección del casco histórico a partir de su alumbrado y la saturación que ha ocasionado en los primeros compases del período navideño.
Dice el Ayuntamiento, que habrá que estudiar en años venideros expandir el radio de acción de luces y actividades para evitar colapsos, pero lo cierto es que pese a la abultada inversión d las mismas, es intangible e incalculable la repercusión turística de la imagen de la ciudad.
¿Por qué ahora nos rasgamos las vestiduras sin la aglomeración de personas no es un hecho aislado sino que se sucede en determinados períodos del año como la Semana Santa o la feria? Se antojan estériles muchas de las críticas al respecto, máxime de personas que ni siquiera se han acercado a un relativo perímetro del centro.
No le falta razón al portavoz del PSOE cuando exige un plan específico de Navidad aunque más allá de lanzar cantos de sirena debería sugerir alguna acción concreta además de su debida labor opositora de criticar al contrincante.
Porque advertir de que podría haber ocurrido algo que no ha ocurrido, es un argumento insuficiente que puede incluso dejar en evidencia a quien lo vierte.
Y es que no sólo más vale prevenir que curar sino que en el equilibrio, radica la virtud.
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