La Taberna de los Sabios

Nuestro amigo, enemigo, el robot

Nos dicen que, al final, saldrán las cuentas, pero, como humanos somos, el futuro nos inquieta y desasosiega

Publicado: 20/11/2019 ·
09:02
· Actualizado: 20/11/2019 · 09:02
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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No terminamos de entender si los algoritmos, que son las tripas de la Inteligencia Artificial y el alma de los robots, nos aman o nos odian. Para unos, vendrán para hacernos la vida más feliz, para otros, nos quitarán el trabajo y nos controlarán sin atisbo posible para intimidad alguna. ¿Son buenos, malos o mediopensionistas? El enterado nos advertirá que, en verdad, son tontos, aunque resulten en última instancia muy listos. Esto es, que no son buenos ni malos, sino que se limitan a servir a los programadores de turno o a aquel que a estos pagara. Serían, por tanto, las intenciones del diseñador las que tendríamos que desenmascarar para dilucidar sobre su maldad o bondad.

Tontos o listos, buenos o malos, la verdad es que han llegado para trastocarlo todo, economía, política, trabajo y relaciones sociales y personales. Lo digital conforma el universo que nos absorbe con la pulsión de un agujero negro, el ecosistema en el que pastaremos y en el que tendremos que desenvolvernos el resto de nuestros días. Es normal, por tanto, nuestra inquietud y desasosiego. ¿Tendremos empleo en el futuro o, por el contrario, los dichosos robots nos lo quitarán con su irritante eficacia metálica? La verdad es que no lo sabemos. Los tecnopesimistas afirman que la progresiva automatización eliminará millones de puestos de trabajo mientras que, los tecnoptimistas, afirman que los empleos creados serán muy superiores a los destruidos, con lo que el saldo resultante sería positivo. Fue el bueno de Schumpeter quién afirmó que todas las revoluciones históricas tuvieron una base tecnológica – el fuego, los metales, el vapor, la electricidad – que siempre supuso una destrucción creativa, ya que las grandes innovaciones arrinconaban las viejas fórmulas para dar lugar a nuevos sistemas más productivos que proporcionaron mayor bienestar y empleo para la humanidad. Así, desde luego, ha funcionado hasta ahora. Hoy existe en el mundo más empleo que hace diez años y muchísimo más que hace veinte, sobre todo en aquellos países que antes definíamos como en vías de desarrollo, como China e India y de los que pronto sólo veremos la matrícula de atrás. Sin embargo, en occidente, aunque existe mayor número de empleos, se ha producido una deflación salarial que ha castigado a clases medias en general y a los empleos menos cualificados en particular. Por eso, estamos mosqueados, muy mosqueados.

Marc Vidal, gurú en transformación digital, repite a todo el que quiera escucharlo que, en todo caso, el trabajo no nos lo quitará un robot, sino aquella otra persona que sepa manejarlo mejor que nosotros. Tendremos, pues, que mentalizarnos y prepararnos para los grandes cambios por venir, que podrían suponer, por ejemplo, la rebaja del tiempo de trabajo o la necesidad de la instauración de una renta mínima universal, quién sabe. Algunos proponen que los robots coticen a la Seguridad Social, para así poder pagar nuestras pensiones, otros piden cargar con impuestos a las tecnológicas más globales. Cualquier cosa puede pasar en el vértigo en el que nos diluimos.

En todo caso, debemos tenerlo claro. Toda aquella tarea u oficio que pueda resultar automatizada – y son muchas, desde financieros a abogados, desde camareros a mecánicos -, terminará, más pronto que tarde, desempeñándose por algoritmos o autómatas. ¿Y qué decir de taxistas y conductores cuando los coches y camiones sean autónomos? ¿Y de su trabajo? Nos dicen que, al final, saldrán las cuentas, pero, como humanos somos, el futuro nos inquieta y desasosiega. ¿Qué pasará? Ya veremos, pero, por lo pronto, mente abierta y ánimo presto porque el gran o cruel espectáculo ha comenzado.

 

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