Desde esta semana, carpinteros, albañiles, escayolistas o fontaneros son agricultores ocasionales, situación que se mantendrá al menos hasta finales de noviembre, cuando terminen de colocarse las plantas, y se repetirá entre febrero y junio, cuando haya que recoger el fruto ya maduro.
Acostumbrada a ser una Torre de Babel, con trabajadores de varios países, la empresa lepera Agromartín es uno de los ejemplos de lugar de encuentro cada mañana de centenares de personas que han tenido que cambiar radicalmente de ocupación para poder llevar dinero a sus casas.
“Hacía montajes eléctricos y he terminado plantando fresas”, explica Nicasio González, vecino de la localidad onubense de Villanueva de los Castillejos, que ahora planta el conocido como “oro rojo” de Huelva después de estar dos años en el paro. “Eché currículos en todos lados, hasta que me hablaron de esta empresa y de que podía necesitar gente”, dice a Efe mientras hace un descanso en la labor.
Este operario eléctrico espera estar en labores agrícolas “mientras haya faena”, sobre todo porque es pesimista sobre la posibilidad de volver a su trabajo de siempre: “La cosa está complicada, y peor se va a poner”.
Desiré González es otro ejemplo, y en su caso tuvo que dejar los dos negocios familiares dedicados a la venta de pescado en Isla Cristina para irse al paro, y ahora a la plantación de la fresa: “Es duro, pero a la vez divertido, porque con las bromas de los compañeros y la buena relación que tenemos la verdad es que el día se pasa rápido y el trabajo se lleva mejor”.
Como ella, ninguna de las personas que la rodean ha trabajado nunca en la plantación de las matas de fresa, y esa coincidencia puede que sea clave a la hora de haber llegado a una cierta complicidad entre ellos para llevar mejor un trabajo que no han elegido.
La historia de José Antonio González, fontanero vecino de Lepe, es similar, aunque él sigue manejando tuberías en el campo, ya que se encarga de hacer llegar el riego a las plantaciones cuando la planta de fresa ya está colocada.
Como todos, su historia en el paro ha estado unida a la crisis económica: “Estábamos en una empresa doce oficiales de fontanería y todos estamos en el paro”.
Sus vidas son ejemplos de haber superado la etapa del desempleo y de trabajar “donde están los garbanzos”, y los empresarios no parecen tener problemas con este cambio repentino de plantilla: “Estamos contentos de que nuestra gente haya vuelto al campo, que es un trabajo muy digno, y además en plena naturaleza”, explica el propietario de Agromartín, José Antonio Martín.
Acostumbrado a recibir distinciones por su labor en la integración de la población inmigrante, Martín trabaja este año con una plantilla en su mayoría formada por españoles. Si no pasa nada, toda la fresa estará plantada bastante antes de Navidad, y tras unos dos meses dejándola madurar, los brazos de encofradores, mecánicos, camareros o limpiadoras volverán a echarse al campo para garantizar la llegada a los mercados de una fruta que hablará español más que nunca.
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