Hubo unos años en los que al estreno de una nueva película española le llegó a seguir un reproche: “¿Otra película sobre la Guerra Civil?”. Para eludirlo ahora, Alejandro Amenábar ha puesto un gran empeño -es su trabajo- en justificar la necesidad de una película como Mientras dure la guerra, y puede que tenga razón, pero creo que hay que discrepar cuando, entre sus argumentos, alude a su época de estudiante y lamenta la ausencia de referencias en torno a la Guerra Civil, al hecho de que no se estudiara en clase, ni se hablase de ella, como si se tratase de un tema tabú y que se nos ocultaba premeditadamente.
He visto que los dos nacimos en el mismo año y que, posiblemente, compartimos programa de estudios y hasta libros de texto, y es cierto que nunca llegamos al año 1936, por falta de tiempo, pero eso nunca fue óbice para que, siendo niños, no hablásemos en clase de la guerra, de Franco, que siempre nos pareció un señor terrible y antipático, y de la consecuencia directa de ambos: la dictadura y los años de represión, sólo espantados con la llegada de la democracia, que para nosotros era como el final feliz que se merecían todos los españoles.
Puede que en clase el maestro de Historia no pusiera mucho interés cuando le enseñábamos las páginas finales del libro de Santillana e insistíamos en avanzar rápido hasta el siglo XX para estudiar la Guerra Civil; puede incluso que, por ignorancia, aquella insistencia respondiese a nuestra banalización de una tragedia irreparable, pero aquella ausencia terminó bien suplida por libros, programas de televisión, canciones -Al alba, por encima de todas- y películas, muchas películas -entre 1976 y 1990-, con las que fue fácil construir una composición bastante aproximada de casi 40 años de historia, desde Las largas vacaciones del 36, hasta Arriba Hazaña, Los días del pasado, Canciones para después de una guerra, El corazón del bosque, Demonios en el jardín, Ay Carmela, Espérame en el cielo o La vaquilla, sin olvidar un título fundamental de entre cuantos se estrenaron en la década de los 80: Dragón Rapide, la primera película que retrataba como protagonista a Francisco Franco -la primera vez que el público reía cuando hablaba Franco-, encarnado por un soberbio Juan Diego.
O Amenábar se interesó por el cine mucho más tarde o tenía cosas más importantes que ver, que leer o con las que jugar, pero dudo que en nuestros años de estudiantes, del colegio al instituto, fuésemos ajenos a nuestro pasado bélico más reciente, al de la propia dictadura y hasta al de los que a día de hoy siguen manteniendo que “con Franco se vivía mejor”. Cosa bien diferente es que en casa se hablase de la guerra. Quien más y quien menos tenía abuelos que habían combatido, pero nunca nadie llegó a clase con recuerdos que hubiese escuchado en la salita de estar sobre las trincheras, las armas o los muertos; en todo caso, sobre la miseria de aquellos años de hambre, piojos y ratas.
Estoy deseando ver la película, y confío en que, de alguna manera, ayude a muchos jóvenes de hoy en día -a ellos sí- a conocer mejor o descubrir la figura de Franco, o el hecho de que hace menos de un siglo nuestros antepasados se mataron unos a otros durante una pesadilla que se prolongó tres años; es decir, todo eso de lo que no habrán tenido constancia a través del móvil o las redes sociales. Pero no creo que su cinta vaya a ayudar a saldar deudas pendientes con los que compartimos con él generación o con los que han dado por superada, o por conocida, esa etapa del pasado, aunque nunca esté de más disfrutar de una buena película -su trama y la trayectoria de su director ya la hacen lo suficientemente atractiva- y, por supuesto, reivindicar la figura de Miguel de Unamuno, para que muchos logren ir más allá de su perfil de la wikipedia.
P.D. De lo que, por cierto, nunca hablamos en clase fue de la posible existencia de un cambio climático. Aquellos eran los años del Aid for Africa, y Amnistía Internacional todavía tenía más peso que Greenpeace, pero esta semana hemos sabido que ya entonces había científicos que advertían de los riesgos de un calentamiento global en el siglo XXI y a los que interesó que no se les hiciese mucho caso. Ver a tantos miles de jóvenes alzarse en todo el mundo contra los gobiernos que siguen mirando para otro lado mientras llenan sus bolsillos, resulta esperanzador. Al final, como concluye Brad Pitt en Ad Astra, “sólo nos tenemos a nosotros mismos”, y espero que lleguemos a tiempo para entenderlo y aprovecharlo.
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