Eutopía

Preparativos de viaje

En varias ocasiones, tu mente divagaba y repetías como un mantra aquellas punzantes siglas: VIH, VIH, VIH… lo mismo que cuando te comunicaron el diagnóstico

Publicado: 22/07/2019 ·
12:58
· Actualizado: 22/07/2019 · 12:58
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Autor

Belén Ríos Vizcaíno

Belén Ríos es trabajadora Social. Profesora de la Universidad de Huelva.

Eutopía

Activista Feminista. Compañera partícipe de la Defensa de los Derechos Humanos y Movimientos LGTBIQ

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Han pasado ya 15 años y aún te recuerdo… Has renacido en algunos destellos de momentos pasados, donde apareces envuelto en estos versos del poeta madrileño Dámaso Alonso: “Yo me muero, me muero a cada instante, perdido de mí mismo, ausente de mí mismo, lejano de mí mismo, cada vez más perdido, más lejano, más ausente. ¡Qué horrible viaje, qué pesadilla sin retorno! A cada instante mi vida cruza un río, un nuevo e inmenso río que se vierte en la desnuda eternidad. Yo mismo de mí mismo soy barquero y a cada instante mi barquero es otro”. Te conocí en una de mis primeras visitas domiciliarias. Allí estabas, atrapado entre tus miedos, “pudriéndote”, según tus palabras, en la negación e indiferencia de quienes estaban amarrados a ti por las raíces, los lazos de sangre o los instantes de juegos y afectos.  Sí… allí estabas enterrado en vida, entre las solapas desgastadas de un pequeño y estrecho sillón. Durante todo el invierno te tapabas con una manta de cuadros, no hacía demasiado frío, pero tu extrema delgadez y tu fragilidad hacían tiritar no sólo a tu cuerpo, también zarandeaban con vehemencia a tu alma, a tu razón. Parecía que acababas de atravesar ese “inmenso río”, sin la esperanza de encontrar manos que estrechar al otro lado de la orilla. No querías quejarte, pero te dolían en exceso los síntomas y las consecuencias físicas y sociales de haber contraído el virus del SIDA y de encontrarte en un estadío muy avanzado. En varias ocasiones, tu mente divagaba y repetías como un mantra anacrónico aquellas punzantes siglas: VIH, VIH, VIH… lo mismo que cuando te comunicaron por primera vez el diagnóstico. Tu rostro reflejaba fielmente el bloqueo emocional, la negación, la necesidad de “auto inculparte” y de justificar el comportamiento ajeno... Me confesaste que, a lo largo de todo el proceso, habías sufrido sentimientos extremos que terminaban, sin tregua, en una batalla acérrima y cíclica. Tú podías tener manchas en toda tu piel, pero tu contexto inmediato y la sociedad en general fueron dueñas de tus soledades, sembradoras de esos vacíos invisibles que van esparciendo las marcas más indelebles. La clave para frenar el SIDA es la prevención y la detección precoz. Por ello, la información, sensibilización y concienciación, por un lado, y el trabajo, la coordinación y el esfuerzo, público y privado, por otro, son las mejores herramientas para combatirlo. Como escribí al principio, ya han pasado 15 años. Te recuerdo y sé que ya no estás. Me puede la necesidad de “reconocerte”, de rescatarte del anonimato y de la postura que adoptó tu entorno, donde les importaba más el qué dirán que ese abandono al que te sometieron y que te minaba tanto por dentro. Éramos dos personas desconocidas, pero permanecerás en mí, en mi imaginario y entre líneas. Iré de vez en cuando a saludarte, después de enseñarme que hay versos que tienen nombre, rostros e historias en dónde reflejarse… Como ese poema llamado ‘Preparativos de Viaje’ de Dámaso Alonso: “Sí, no hay mirada más profunda ni más triste”.

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