Lo que Albert Rivera intentó, sin éxito, convertir en una especie de microshow político-televisivo, el historiador francés Alain Corbin lo ha plasmado en un riguroso ensayo. Con menor y mayor acierto (en ese orden) ambos han tratado, a su manera, de redescubrir el silencio. Lo del líder de Ciudadanos no merece más atención que la percha que permite introducir este artículo; el estudio del escritor galo, sin embargo, sí requiere de nuestro detenimiento y reflexión. El mismo Corbin lo cuenta así: “el silencio no es la simple ausencia de ruido. Hace posible la fortaleza interior donde los grandes escritores, pensadores, eruditos y creyentes se han recogido durante siglos”. Así lo plasma en el ensayo Historia del Silencio, publicado por la colección El Acantilado, en el que -añade- que “el silencio ha sido desterrado de nuestras existencias por el bullicio incesante de los espacios urbanos y los aparatos tecnológicos”. Razón no le falta. Nuestro día a día está marcado por el ruido, por la prisa. Olvidamos el silencio, hasta cuando viajamos en el vagón que Renfe ha destinado para quienes comparten la opinión del historiador francés. Sólo se me ocurren tres ejemplos en el que sí somos respetuosos: la Cofradía del Silencio de nuestras procesiones, el “silencio, se rueda” de cualquier rodaje, y el silencio administrativo en el que algunas instituciones persisten por pasividad o incapacidad (o ambas) en la gestión. Esos tres son los únicos silencios que se cumplen en España, además del propio de algún recinto religioso. El resto es ruido, mucho mucho ruido, tanto, tanto ruido, que diría el maestro y poeta ubetense Joaquín Sabina. ¿Qué hacemos cuando contemplamos un paisaje? Pues una exclamación, y observar con un silencio reverencial. Corbin defiende, a través de varios autores, aquel tiempo en el que la palabra era inusual y preciada. En el fondo, encontrar el silencio es redescubrir la vida interior, la reflexión. Ahora estamos alejados, mucho, de ella. Son tiempos de titulares en pantallas, y de pocos artículos en profundidad en el papel. Es la época del puñado de caracteres. De exhibir nuestra vida en público, y de alardear de lo que carecemos. Por tanto -recurriendo a la onomatopeya- me van a permitir que les haga, con todo el respeto, que diría Don Vito: ¡chsss!
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