Patio de monipodio

Distinguir entre víctimas

En todas las guerras civiles hay excesos. Pero no todos los excesos son idénticos. Los abusos y las masacres no son comparables

Publicado: 30/06/2019 ·
22:24
· Actualizado: 30/06/2019 · 22:24
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Perdonad: hay diferencias. En todas las guerras hay víctimas, en todas las guerras hay abusos, casi siempre más entre los vencidos. Casi. Que está mal decir siempre. Y en todas las guerras civiles hay excesos, venganzas personales y vecinales. Y odios acumulados. Los odios pueden ser por diferencias personales, incluso circunstanciales; por minucias. O por causas profundas. Por opresión, por ejemplo. Pero, entonces, es más lógico que parta del oprimido. Pues en la última incivil lucha, en territorio dominado por los golpistas, partió de los opresores. Peor aún: de quienes, sin poder ser opresores rendían pleitesía al opresor. Quienes habían optado por una ideología de obsesión, totalitaria, excluyente, discriminatoria. Será el gran pecado de la ignorancia. De la ignorancia preferida. Será.

En todas las guerras civiles hay excesos. Pero no todos los excesos son idénticos. Los abusos y las masacres no son comparables, no se debe jugar a quién es más dañino. No al “y tú más”. Sólo queda el recurso cuando la añoranza del omnímodo poder suelta “perlas” como “la bajeza de distinguir entre víctimas…”. Según cómo. Sería bajeza distinguir entre victimas para mantener la discriminación, el oprobio. Para impedir que los familiares puedan descansar con el descanso de los suyos. Porque esa es la primera diferencia: todas las víctimas son lamentables y todas son respetables. Pero a unas se les puede poner flores donde duermen para siempre, mientras de las “otras” se desconoce, incluso la zona donde pudieron haber sido arrojados sin una lágrima que fertilizara la tierra que los cubrió.

Es evidente que a las autoridades les importamos un pito. Que a los partidos, solamente si los votamos, y aún así, más o menos, sólo la suma les motiva un poco. Muy poco. Ninguno de los miles que constituimos “el pueblo”, la “masa”, les importamos. Tampoco a la sociedad, de la que formamos parte; también le traemos al pairo. No somos noticia, salvo por alguna salida espectacular. A esta sociedad nuestra, la que hemos hecho y hacemos todos los días, le encanta el morbo. Si no hubiera sufrimiento no habría literatura, no habría poesía. Se dice. Y es muy posible. A la sociedad la encanta el morbo, pero se desentiende de sí misma, de la sociedad que –dicen- somos todos. Sin dudas hay diferencias, claro que sí. Por más lamentable que sea el bombardeo de Paracuellos, y lo es, no es equiparable a los de Guernika, Cabra (más salvaje que el anterior) o Jaén. O que el ametrallamiento desde los barcos italianos, a la multitud que intentaba escapar de Málaga hacia Almería. Hubo una sola desbandá. Un solo “espectáculo” para probar puntería, como si estuvieran en el tiro al blanco en una caseta de feria. Un solo espectáculo de prueba de cañonería. Y fue en Andalucía. Y lo dieron, y lo disfrutaron, los defensores de un bando: el bando rebelde. El golpismo. Todas las víctimas son víctimas. Eso no está en cuestión. La identificación del lugar en que reposan sus restos, los de cada grupo, eso es lo que preocupa. Eso es lo que se reclama. Porque las familias tienen derecho a conocer dónde están sus familiares asesinados. Y a descansar, dándoles el descanso que merecen.

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