Una feminista en la cocina

El Puerto

No me extraña que los comerciantes del Mercado de abastos se manifiesten porque da penita verlo, tan bonito como era, ahora desfloradito y dejado

Publicado: 14/06/2019 ·
11:50
· Actualizado: 14/06/2019 · 16:14
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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No me extraña que los comerciantes del Mercado de abastos se manifiesten porque da penita verlo, tan bonito como era, ahora desfloradito y dejado.  Es lástima caminar por el casco antiguo del Puerto  y verlo envejecido en población, con ladrillería en vez de visillos en edificios y comercios cerrados. Es difícil aparcar, ya se lo digo, que si no fuera por la Bajamar y el parquin de al lado del Ayuntamiento nos las veíamos moradas. Eso sí, a base de euros cabalgadores de máquinas expendedoras. Y es que las grandes ciudades tienen costes, pero no nos pasemos.

El Puerto de Santa María.

Sí es verdad que no llegamos a las zonas azules de la Línea en el Campeonato de Andalucía( que me soplaron 8 euros- como 8 soles- por no ver la zona azul despintada y mal indicada), pero estamos en ese camino como en Cádiz que es más fácil encontrar trabajo que un aparcamiento. Las ciudades cotidianas- como el Puerto- se nos deshacen en las manos, nos alumbran el corazón y nos lo dan todo, besándonos lentamente. Nos adoptan sin que nos demos cuenta y ya tenemos hijos portuenses, de segunda generación paridos por madre apátrida. La Escolano sabe de esto porque también se reposa por estos lares que convidan de Levante y miradas de sol y tranquilidad y calor en el alma, cuando ésta está casi seca. Solo que ella recicla en Cádiz sus ganas recalando en el Marítimo donde tiene aparejados el andar con el vivir, a temporadas efímeras.

En mi caso, que nací en la clínica de Muñoz de madre talludita, por amor conyugal se me fue metiendo esa plaza de abastos del Puerto en los tuétanos, en las epiteliales y las pituitarias hasta que me sentí una con pescaderos y carniceros, recoveros y polleros y hasta fruteros. Un Mercado de abastos que era parada fija de sábados con niños a cuestas. Chocolate y churros a granel en tacitas pequeñas con camareros que tutearían a Salomón si viviera. Es un microcosmos  más perfecto que ningún acuario, pertrechado en sí mismo como un collar humano de bares y chocolaterías, carteles de toros y la presencia de Alberti que nunca se fue porque jamás otro sitio le hizo más libre , ni fue mejor tratado en sus aceras. Ni Quiñones tiene nada que envidiarle a Alberti , ni Alberti nada que decirle a Quiñones, porque ambos pueden olerse, verse y traslucirse con coger el nuevo Vaporcito emancipado que se atraca a sí mismo en la desembocadura del Guadalete, con esa Bajamar llena de viandas ricas y turistas ávidos de mareas y marisquitos. Si solo un broche de oro le quisiera poner sería inversiones, capital y gente con ganas de sacarle brillo a tanto talento, tantas ganas y tanta voluntad como hay en el Puerto. Nunca debería manifestarse nadie para pedir trabajo. Nunca para buscarse el sustento. Pero no me extraña que lo hagan porque el Mercado de abastos está mustio y descuidado, abandonado y quieto en su rutina pasada, rumiando como un anciano sin dientes nuevos que le socorran para los tiempos venideros.

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