Eutopía

Ángel sin infierno

Y sin llegar a cruzar la esquina de la vida, va ésta y te clava sus dientes por la espalda

Publicado: 04/06/2019 ·
14:00
· Actualizado: 04/06/2019 · 14:00
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Autor

Belén Ríos Vizcaíno

Belén Ríos es trabajadora Social. Profesora de la Universidad de Huelva.

Eutopía

Activista Feminista. Compañera partícipe de la Defensa de los Derechos Humanos y Movimientos LGTBIQ

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Y sin llegar a cruzar la esquina de la vida, va ésta y te clava sus dientes por la espalda, presentándose como ese trampantojo, dónde sólo percibimos una soledad inexplicable. Es difícil, llegar a comprender, que nuestros pasos pudieran desear recorrer esa senda donde sabes que es precisamente, el final más absoluto, el destino que se añora. Más aún, incluso llegar a expresarlo, se convierte en un acto casi heroico, porque sabemos, que recibiremos la negación o argumentaciones hiladas desde una racionalidad esqueléticamente objetiva. Y porque en demasiadas ocasiones, tenemos miedo a que se nos señale, a que te recuerden la hilera de bienaventuranzas de las que supuestamente disfrutamos, pero que en realidad es una letanía lejana de vacíos. ¿Por qué escribirte esto? Porque el otro día, me pareció, verte. Evidentemente, no eras tú. Pero me invadió una alegría muy diferente, a la que poco tiempo antes tuve ante nuestro encuentro casual. Tú, con esa timidez inconmensurable, con esa expresión finamente dibujada, sin estridencias. Y con esa mirada tan huidiza como profunda. No quiero, saber porque necesitaste irte. Quizás, desde la distancia y desde ese silencio que trasciende, pueda conectar con tu decisión. Sin palabras, eso sí. Desde la paz infinita, de haber cesado ese dolor punzante, ese ahogo sin consuelo. Hay nudos, que creemos imposibles de desenredar. Más bien, parecen ir adquiriendo tanta fuerza, que llegan a construir un almacén de bloqueos en nuestro interior. Ése, que nos conduce a una crisis existencial tan abismal, que nos hace escarba con las uñas, buscando algún agujero, que nos aleje de la derrota. La tentativa o la consumación de la autodestrucción nos deja con el alma desarmada, con esa desnudez que nos enfrenta e interpela, desde la inocencia, la perplejidad o los prejuicios irracionales. Ahora, ya no estás físicamente. Pero quienes te conocieron y te aman, sigues estando, indeleble. Cada persona, imprimimos en otras, una huella única, incomparable. Por eso, el recuerdo constante, el latido agudo, la rabia intermitente, la pregunta retórica, siempre “vuelve” …Y “vuelves” una y otra vez. Decir “hasta siempre” sin previo aviso, nos revela que la parálisis momentánea fue irreparable. Lo impredecible, se nos presenta, como una brutal amputación, sin aparentes causas, pero con consecuencias devastadoras. Aquí, no tienen sentido ni cabida, conceptos judeocristianos de “culpa” o responsabilidad. No nos han enseñado nunca a mostrar sentimientos, ni tampoco a leer señales que podamos detectar ante acciones tan determinantes. Demasiado tabúes. El analfabetismo emocional, se cobra tantas historias personales y familiares, que ya es hora de abordarlas sin rodeos ni circunloquios. Que cese el dolor extremo, puede llegar a ser una vía, aunque sabemos que no es la solución unívoca, Ojalá no sucediera. Ojalá despertáramos, descubriendo, que todo fue una cruel pesadilla. Ojalá encontráramos la palabra oportuna, el momento exacto, el antídoto para combatir tanto sufrimiento. Ojalá ese “adiós” hubiese sido un “hasta luego”. Aun así, sigues y seguirás estando. Como te vi, por primera vez, llegando tarde a clase. 

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