Matrícula de deshonor

El mal de las drogas

Las drogas siempre han tenido una estrecha relación con la delincuencia, es más, las sustancias psicoactivas ilegales...

Publicado: 04/06/2019 ·
13:39
· Actualizado: 04/06/2019 · 13:39
Autor

Federico Pérez

Federico Pérez vuelca su vida en luchar contra la drogadicción en la asociación Arrabales, editar libros a través de Pábilo y mil cosas

Matrícula de deshonor

Un cajón de sastre en el que hay cabida para todo, reflexiones sobre la sociedad, sobre los problemas de Huelva, sobre el carnaval...

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Las drogas siempre han tenido una estrecha relación con la delincuencia, es más, las sustancias psicoactivas ilegales necesitan del comportamiento delictivo para abrirse camino en una sociedad en el que su consumo está prohibido, aunque exista una difusa permisividad en algunas de ellas; brechas que han marcado y siguen marcando el ritmo de este país que se encuentra entre los más adictos de Europa. Pero las drogas no sólo afectan al consumidor, alrededor de éstas gira toda una serie de consecuencias y actitudes que implican mucho más de aquello que vemos, del ya atípico consumidor que conocemos, que se ha generalizado tanto, que hemos llegado a normalizarlo. Hablar del grave daño que ocasiona en los adictos es perder espacio en esta crónica semanal, pues conocemos sobradamente su desestructuración. Aclarar la negativa repercusión que genera en sus familiares, tampoco sería descubrir nada nuevo; pocos onubenses tienen la suerte de no contar con un toxicómano cercano. Pero otra de las caras de esta lacra la estamos viviendo muy de cerca en esta ciudad, punto caliente del tráfico, siendo en los últimos años un problema social que se ha extendido de forma imparable, creando una enorme industria ilegal que genera un pánico cada día más preocupante. Hay tanto dinero en juego que da miedo hablar de aquello que todos conocemos, de empresas que funcionan para y con objetivos muy relacionados con el narcotráfico, que surgen de la nada y con una base ilegal débil, pero suficiente para funcionar y servir como modelos de referencia a los nuevos “trapicheros” con aires de grandeza, que fijan sus metas sin pudor siguiendo los pasos de aquellos que viven a cuerpo de reyes a costa de las desgracias ajenas. Este nuevo perfil está tan generalizado, que ya vende drogas hasta el más tonto, creándose una rivalidad que comienza a pasar factura, donde “la sangre” es el garante y la perfecta advertencia para los nuevos “camellos”, que con el bolsillo lleno, se olvidan de todo este submundo forjado a base de plomo. Lo ocurrido en Huelva en pocos días sólo es el principio de lo que nos queda por vivir y, aún así, las drogas siguen siendo una asignatura que los políticos jamás aprobaron y que, temo, no existe intención de cambiar.

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