La tribuna de Viva Sevilla

La Triana que me inspira

María José Vidal Castillo, autora de “Tras las cortinas”, explica por qué ha ambientado esta novela en Triana, el arrabal que la vio nacer.

Dicen que Triana es puente y aparte. Quienes hemos tenido la suerte de crecer en el barrio de las patronas de Sevilla, las alfareras Santas Justa y Rufina, de jugar entre el Tardón, Santa Ana y la Cava de los Civiles y de disfrutar cada día de las vistas de la calle Betis, siempre seremos trianeros, aunque la vida, el trabajo o cualquier otra circunstancia nos lleve lejos del que un día fue nuestro hogar.

Llevo quince años en Madrid, pero sigo siendo sevillana, saliendo a tomar cervecitas en vez de cañas y sintiéndome de nuevo en casa cuando me bajo del AVE y cruzo el río camino de mi barrio. Por eso quería que mi primera novela transcurriera en la ciudad en la que nací, y que esa Triana en la que di mis primeros pasos en la vida y donde aprendí a escribir y amar los libros fuera no solo el escenario de la trama, sino una protagonista más.

“Tras las cortinas” (editorial Samarcanda) es la historia de Carmen y su abuela Consuelo, dos mujeres que vivieron en la misma casa, a escasos metros de la Capilla de los Marineros, en dos épocas diferentes. Pero es algo más: es una historia sobre el paso del tiempo y sobre los lazos que nos unen a las personas que forman parte de nuestro pasado, incluso aunque apenas las conozcamos y a nuestras raíces. Las raíces de Carmen, como las mías, están en Triana.

Ella se llama así por la capillita del Carmen, que preside la entrada al antiguo arrabal desde el puente y que alberga la imagen a la que se encomendaban los marineros antes de embarcar hacía Sanlúcar. Y su madre, Reyes, lleva el nombre de la Virgen sevillana por excelencia, a la que la ciudad entera rinde culto cada 15 de agosto.

La historia comienza un Jueves Santo en la Plaza del Altozano, donde el aroma a incienso y azahar recibe a Carmen en ese primer día de la nueva vida que ha ido a buscar a la ciudad que la vio nacer y de la que la alejaron de niña. Huye de un pasado reciente y difícil, pero a su llegada descubre que debe enfrentarse a otro pasado, lejano, que ni siquiera conoce, pero que ha marcado su vida mucho más de lo que nunca habría podido imaginar.

Carmen descubre quién es a través de su relación con el resto de personajes, como los vecinos del patio de la calle Pureza, y de esas calles que nunca ha podido olvidar. Al principio de la novela, es tan ajena a su propia historia como el lector que la tiene entre sus manos y he querido que vayan descubriéndola, y descubriendo el barrio, a la vez. Carmen hace la compra en el Mercado de Triana, cruza el puente para desayunar “calentitos” (como sevillana me resisto a llamarlos churros) y vuelve sobre sus pasos para recorrer la calle Betis y bajar por Pagés del Corro hasta la iglesia de San Jacinto. Continúa hasta Antillano Campos y se detiene, junto a la Cerámica Santa Ana, a leer el azulejo que todos los trianeros conocemos: Oficio noble y bizarro / Entre todos el primero / Pues que en la Industria del barro / Dios fue el primer alfarero  el hombre el primer cacharro.

En el Altozano contempla la gitana del puente y ese Juan Belmonte, el “pasmo de Triana”, que lleva la Giralda en el corazón. Y caminando por San Jacinto hacia la Plaza San Martín de Porres descubre que aún siguen ahí sus famosas calesitas. Por supuesto, también se detiene en algún que otro bar, como Casa Cuesta, la Primera del Puente o Las Golondrinas. Porque Triana es un barrio vivo, alegre, de buena gente, donde se puede ser feliz aunque la vida no nos lo ponga fácil.

Yo crecí en Triana, cuando el río todavía acababa en Chapina y antes de que la Expo trajera los puentes de la Expiración, La Barqueta o El Alamillo. Ese antiguo arrabal, ubicado al otro lado del río para que el humo de las alfarerías no ensuciara a la ciudad, forma parte de mí. Porque en él están mis primeros recuerdos, los primeros amigos, las primeras alegrías y las primeras decepciones. Y siempre daré las gracias al Cielo de Sevilla, la envidia de cualquier ciudad, por haber tenido esa suerte.

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