Había un dicho añejo en El Puerto que decía en clave clasista “que todo el mundo no podía vivir en la calle Larga”, haciendo referencia a que en ella estaba la clase más selecta de la ciudad floreciente de entonces. Ahora habría que preguntar quién quiere vivir en la calle Larga.
Paradójicamente el tiempo ha deformado -y de qué manera- la percepción y las prioridades de los portuenses que se alejan peligrosamente cuanto más lejos de una zona que se pierde en los detalles que la hunden sin remediar sus necesidades más reales y vitales.
En pleno corazón del centro más histórico portuense, en el trasiego diario de cientos de personas, existe un edificio en la calle Larga que sirve de imagen perfecta para describir la realidad de las vergüenzas, miserias y denigración llevadas a la máxima. Como que todos saben que es lo que pudiera pasar tras sus muros, pero que pocos han apostado por erradicar su actividad.
Los políticos y sus políticas hicieron el resto, blanqueando un problema (la vivienda) y dando rienda suelta a la ocupación descontrolada y más radical, extendiendo una forma de vida a la degeneración de todo un barrio, que gangrena a su paso cualquier atisbo de vida. Ni viven ni dejan vivir. Adentrarse al edificio es todo un ejercicio osado, como encontrar unas explicaciones convincentes del por qué se ha llegado hasta esta lamentable situación.
En el hueco reabierto incomprensiblemente una vez tapiado, es la imaginaria puerta que separa la vida con el inframundo. El olor nauseabundo es indescriptible: moscas, heces por las paredes, basura, animales muertos...
Cualquier escenario que pueda imaginar, en Larga, 35 lo supera con creces. Faltan palabras y adjetivos.
En él, silencio y un hedor que hace incomodar permanecer por mucho tiempo dentro. Se respira -y es un decir- mucha tensión por lo que pueda aparecer por cualquier parte.
A la hora de hacer este artículo no se encontraba ninguno de los escasos moradores que lo ocupan. Ya menos y con otro perfil diferente. Entonces blanqueado políticamente y dejando que lo que era un edificio de lujo pasara ahora a ser un auténtico vertedero.
Lo que queda de un ascensor -se vendió todo lo vendible- rebosa de basura hasta su primera planta. Metros y metros de basura. Lo que se jaleó como una alegre corrala, en la actualidad da cobijo a personas con graves enfermedades y necesitados de unas atenciones básicas y urgentes.
Pudiera servir para calibrar la situación: en la última intervención sanitaria se debió desinfectar dos veces la ambulancia donde se trasladó a uno de los okupas. Larga, 35 ya no es un edificio, es la constatación de que algo hay que hacer con él y con el centro. ¿Hay motivos?. Urge.
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