Quien a buen árbol se arrima...

Un símbolo en llamas

La primera vez que estuve frente a Notre Dame de París tenía veintiocho años, en un viaje mágico por muchos rincones inolvidables de París y de la Bretaña...

Publicado: 16/04/2019 ·
23:46
· Actualizado: 16/04/2019 · 23:46
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Autor

Manuel Ruiz

Manuel Ruiz es biólogo y ocupa el cargo de presidente de la Asociación Ecologista GEA de Jaén

Quien a buen árbol se arrima...

Cuaderno sobre la importancia de ser responsables medioambientalmente y otras cuestiones culturales y patrimoniales de Jaén

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La primera vez que estuve frente a Notre Dame de París tenía veintiocho años, en un viaje mágico por muchos rincones inolvidables de París y de la Bretaña francesa. Después pude verla más veces, he subido a lo alto de su fachada, he contemplado su interior majestuoso, he escuchado boquiabierto muchos detalles de su historia, de su construcción, de sus símbolos e imágenes, he experimentado sensaciones y sentimientos inenarrables, a veces vertiginosos.

Esta descripción del impacto interior que produce la visión de “Nuestra Señora de París” seguro que podría ser suscrita por todos los lectores que han ido a la capital de Francia y han visto este símbolo de la cultura europea. Y seguro que, como yo, todas esas personas contemplaron estupefactas cómo ardía Notre Dame en la tarde del día 15 de abril, que como una broma pesada del destino, es el Día Mundial del Arte.

Un lugar, un monumento de estas características, tiene un doble valor. El objetivo, el relativo a los elementos concretos, que lo hacen singular, todo lo vinculado con su construcción, su historia, etc. Y también tiene un inmenso valor subjetivo para millones de personas, porque es el receptáculo de experiencias y vivencias inefables, que llevan a escenarios interiores que proporcionan sentido. Si no logro explicarme bien, haga el siguiente ejercicio de imaginación, ¿qué sentiría si viese arder nuestra catedral? ¿qué se rompería en su interior? ¿cómo enfrentaría una plaza de Santa María ennegrecida por las llamas? Ahí se aprecia el valor subjetivo de las grandes obras para cada uno de nosotros, que tiene que ver con sentimientos profundos vinculados a la belleza, a la espiritualidad, a la identidad.

Los titulares de estos monumentos tienen una gran responsabilidad, porque independientemente del valor histórico o artístico, encierran un gran valor para el corazón de muchísimas personas. Todavía no se sabe qué ha producido el desastre en Notre Dame, si los planes y medidas de emergencia eran las adecuadas o no. Pero debe de servirnos para mirar dentro de casa. No sólo para saber si nuestra catedral cuenta con los dispositivos necesarios para minimizar el riesgo de las llamas, sino para ser conscientes de que buena parte de nuestro patrimonio histórico-artístico YA está ardiendo, despojándonos de ese valor subjetivo. No se está consumiendo por lenguas de fuego, pero sí por las llamas del desinterés, la ineptitud, la ignorancia y la ambición.

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