La sangre nunca es buena. Como mucho puede ser adecuada para una trasfusión. Pero no es materia agradable ni para hablar de ella ni mucho menos para blandir ante la opinión pública como reproche, ni como trofeo. Ni por escrito, ni por televisión, ni siquiera por las reinas de la campaña, las redes sociales (Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram…). Ha cometido un error mayúsculo Pablo Casado al hablar con una ligereza, que entra de lleno en la irresponsabilidad, de que el presidente del gobierno prefiere unas manos llenas de sangre que unas manos pintadas de blanco. No es cuestión de mal gusto, es una bajeza moral.
Unir a cualquier dirigente democrático con rastros de sangre cuando ETA ha desaparecido del mapa terrorista es un dislate. «Prefiere manos manchadas de sangre a manos pintadas de blanco, prefiere manos pintadas de amarillo a manos abiertas a todos los españoles» han sido sus palabras textuales.
¿Por qué se adentra Casado en ese terreno tan escarpado? ¿Por qué razón Pablo Casado encanalla – o pretende encanallar – la campaña con acusaciones tan gruesas como infundadas?
Sin despeinarse ha manifestado que Puigdemont, Torra y Otegui serán ministros con el PSOE si Pedro Sánchez gana las elecciones. Seguramente Otegui ministro de Interior, Puigdemont de Defensa y Torra de Justicia. Ministerios de Estado para hacer la España del futuro que los españoles están deseando que se construya para dar estabilidad a nuestro país. Y el parlamento español lo iba a aprobar presuroso y feliz.
El candidato del PP por Huelva, Juan José Cortés, que está dando –y seguirá regalando- titulares ya habla con absoluto descaro en sus intervenciones de Pedro Otegui y Pedro Torra, para ocultar sus meteduras de pata. ¿Qué credibilidad se tiene con esos disparates grotescos?
La palabra no es baladí. Vaclav Havel, pronunció un discurso importante cuando los libreros alemanes le concedieron el Premio de la Paz. “No creo que sea necesario hacer ante vosotros grandes discursos sobre la magia negra de ciertas palabras…la palabra es un fenómeno misterioso, polisémico, ambivalente, traidor…La misma palabra puede ser verdadera un día y falsa otro…”
Nombrar la palabra sangre en una España que ha sufrido la lacra de una banda sanguinaria – que dejó las armas- y atentados terroristas yihadistas tan trágicos como los de Madrid-Atocha –que sigue acechando- invalida a un líder político para la dirección del país. Debe ser que la desesperación hace estragos.
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