El título de esta crítica corresponde a un texto de Charles Bukowski sobreimpresionado al final del metraje con los títulos de crédito, algunos de cuyos extractos dicen así: “La paz y la dicha eran para mí signos de inferioridad, propias de los débiles y de las mentes confundidas… la oscuridad era la dominante… nunca podría devorar todos los venenos de la vida, fragmentos destrozados de felicidad”.
Esas reflexiones, tan desgarradas, describen muy bien el itinerario de uno de los protagonistas de esta historia. Una historia -producción estadounidense de 111 minutos, realizada por el guionista y cineasta belga Felix van Groeningen, cosecha del 77, cuya ‘Alabama Monroe’ (2012) ganó, entre muchos otros, el Premio del Público en el SEFF -basada en las terribles experiencias de un padre y un hijo reales, David y Nick Sheff, plasmadas por cada uno de ellos en libros, de los que se adaptó el guión, firmado por el propio director y Luke Davies.
Un padre y un hijo profundamente unidos. Muy bien integrado el segundo con la nueva familia del primero y sus hermana y hermano pequeños, pero con la devastación que se instala en el hogar del progenitor cuando la adicción a la metanfetamina del adolescente sacude sus existencias y las revuelve por completo.
Van Groeningen no enfoca este drama tan familiar como social y político -se cuenta también en los rótulos finales que las adicciones son la principal causa de muerte en los estadounidenses menores de 50 años y que se destinan pocos fondos públicos a este tema tan urgente, con lo que los profesionales que trabajan para combatirlo están limitados y las familias son el principal soporte- de una forma convencional. Muy al contrario.
En efecto, las narrativa y puesta en escena son -muy bien fotografiada por Ruben Impens y con una partitura tan intensa, ecléctica y dramática como el propio relato- arrítmicas, desmedidas, exasperadas, inquietantes, e incluso desaforadas, aunque haya momentos de serenidad. Con saltos espacio-temporales y memorias de tiempos felices, tan al filo y al límite como los ciclos de la devastadora adicción a todos los venenos de la vida del joven. No requiere explicación, ni linealidad al uso, no pretende ser sensiblera, ni moralista, ni incurre en el chantaje emocional.
El dolor está ahí, golpeando inmisericorde. La impotencia y la rabia, también. Como la angustia paralizante ante la pérdida posible y el legítimo hasta aquí, pese a la generosidad y entrega inmensa, no solo del progenitor, sino de su segunda mujer y sus otros hijo e hija, ya citados.
En cuanto al reparto, Steve Carrell está estupendo en su nuevo registro dramático. Timothée Chalamet, carismático y lleno de talento. Maura Tierney y Amy Ryan, tan bien como suelen y la sorpresa de la fugaz, pero sustanciosa, aparición de Timothy Hutton.
Es valiosa y pertinente. Deberían verla.
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