Eutopía

Un garabato para el alma

El ruido permanente es un garabato para el alma, es una mueca ritual para el escaparate al que nos enfrentamos

Publicado: 25/03/2019 ·
12:55
· Actualizado: 25/03/2019 · 12:55
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Autor

Belén Ríos Vizcaíno

Belén Ríos es trabajadora Social. Profesora de la Universidad de Huelva.

Eutopía

Activista Feminista. Compañera partícipe de la Defensa de los Derechos Humanos y Movimientos LGTBIQ

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E l ruido permanente es un garabato para el alma, es una mueca ritual para el escaparate al que nos enfrentamos diariamente.  El ruido se nos brinda, oferta e impone como un tributo de la interrelación excesiva. Se nos presenta como la miel en un panal de hiperactividad frenética pero es, sin duda, el que nos aleja de las claves existenciales. Su antídoto puede ser el silencio, ese elucidario repleto de experiencia reflexiva donde la persona puede desembocar en un acto de interiorización, que le dirige a una serenidad fructífera. El silencio no debería ser una acción puntual ni estática sino un principio ontológico, un espacio mental y espiritual, donde los interrogantes, la búsqueda del vacío o de las respuestas estuvieran directamente relacionadas con la Palabra, el Discernimiento y la Revelación. Desde la perspectiva teológica, es un signo revelador de todos los tiempos que requiere una comunicación endógena intensa, una escucha activa y una integración plena con todo lo creado. Es el Principio de la Palabra y de la Contemplación, que contempla no sólo las fracturas, las crisis, las caídas u obstáculos, sino nuestras habilidades, potencialidades y capacitaciones para enfrentarnos y afrontar el Crecimiento. El silencio realmente es un semillero de posicionamientos, una apelación sigilosa pero rotunda. Es una oportunidad para redescubrirnos ante tantas tempestades, para aliviar las páginas dolorosas con las que deambulamos. Es abandonarse para hallarse. Encontrarnos para existir en plenitud. El silencio es el cisne negro en ese manual conductual que nos inoculan desde que despertamos al mundo. Es la fórmula incómoda, que se resuelve otorgándole o el velo de la rareza o los estigmas negativos. Pero si le dejáramos transformarnos se reflejaría la ausencia de ese impulso automático de la irracionalidad humana, exponiendo asertivamente quiénes somos, qué pensamos, cómo vamos a actuar y preparándonos para ser mejores personas. No es besar el abismo sino abrazar la autenticidad en el instante presente. Puede ser el compañero discreto de nuestra trayectoria vital, la gota de oxígeno ante jornadas interminables, la silla donde descansar cuando ya perdemos el rumbo de tanto andar, o esa chaqueta vieja que es la única que nos reconforta cuando llegamos a casa… El silencio nos invita a frenar el ritmo para después movilizarnos. Nos apoya para subir a la cima de nuestros desafíos pero también nos solicita que disfrutemos del paisaje y que valoremos el esfuerzo individual y colectivo. Si le damos la oportunidad, nos confrontará y hará que nos reconozcamos en la profundidad de los espejos.  El silencio, esa opción tan devaluada pera tan necesaria… Esa trampa que caza deprisa los autoengaños y las superficialidades. Conlleva riesgos, no es cómodo, te interpela… Aun así, es el camino que conduce a una plenitud sencilla y maestra para dar respuestas a nuestras batallas cotidianas.  

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