Matrícula de deshonor

Vuelve la injusta justicia

Hace tiempo que perdí la cuenta de aquellos que estuvieron al otro lado de mi mesa, desde aquellas primeras entrevistas...

Publicado: 25/03/2019 ·
12:44
· Actualizado: 25/03/2019 · 12:44
Autor

Federico Pérez

Federico Pérez vuelca su vida en luchar contra la drogadicción en la asociación Arrabales, editar libros a través de Pábilo y mil cosas

Matrícula de deshonor

Un cajón de sastre en el que hay cabida para todo, reflexiones sobre la sociedad, sobre los problemas de Huelva, sobre el carnaval...

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Hace tiempo que perdí la cuenta de aquellos que estuvieron al otro lado de mi mesa, desde aquellas primeras entrevistas cuando fundamos Proyecto Hombre en Huelva, a las actuales en la Asociación Arrabales, entidad en la que llevo 13 años dedicando casi las 24 horas del día. Observo como muchos recuperan sus buenos hábitos y como otros dejan escapar las oportunidades, malgastando el tiempo y concluyendo sus días a merced de dicho consumo. Deambulando como zombies, en prisión o en el cementerio, que suele ser, por desgracia el triste final. Para lograr escapar de dichas circunstancias, el camino no es nada fácil, y se requiere de valentía, amor a la vida, a la familia y sobre todo, a uno mismo, afrontando las dificultades que el día a día conlleva, dotándose de instrumentos para solventar las adversidades de esa vida que todos llevamos como podemos. Pero no todo depende de uno mismo. El consumo de sustancias adictivas trae consigo consecuencias, que de una u otra forma se acaban pagando, y aunque se supere la dependencia, esas reminiscencias acaban atrapándote, como ocurre con esta injusta justicia que actualmente tenemos, que más allá de ayudarnos a solventar las situaciones con las que llegan muchos de nuestros chicos, nos complican el trabajo, y a veces, cuando ya es innecesaria, aparecen las sentencias para volver a retroceder al paciente, haciéndoles cumplir una condena por algo, que ocurrió en tiempos pasados y en circunstancias de las que ya no forman parte, como ha ocurrido con una de nuestras pacientes. Después de 44 meses rehabilitándose, logrando una estabilidad familiar, social, laboral y personal, se le impone una condena por un delito de ocho años atrás, mientras aún “se buscaba la vida para drogarse”. Sí, se llevó una pizza y una Coca Cola. Pero, ¿qué sentido tiene que cumpla ahora un año de condena tras tantos meses internas en un centro para rehabilitarse? Aquí es donde me pierdo cuando se habla de que el sistema penitenciario tiene ese carácter educativo y rehabilitador, sobre todo, cuando hay chicos/as que dado su esfuerzo no lo necesitan y, que la aplicación de esa condena carece de sentido. ¿Dónde entra la razón en este tipo de procesos? No todo debe estar marcado estrictamente por leyes seguidas “a pie juntillas” y, debería apelarse a la lógica, buscando alternativas que evitasen que personas con estas características, vuelvan a ponerse en peligro por situaciones. Mañana, una mujer que sufrió la adición a las drogas, condena suficiente que la denigró como persona, y que se rehabilitó tras 44 meses de sufrimiento, tendrá que cumplir una condena por un delito que cometió cuando aún se encontraba condicionada por dicho consumo.

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