Recién nombrado Académico de Honor de la de San Romualdo, con la que se comprometió hace más de medio siglo que es como decir la mayor parte de su vida. Y recién cumplidos los 90 años en plenas facultades físicas y mentales.
Juan García Cubillana no es un hombre cualquiera, aunque podría serlo y de hecho lo es en el trato, en la cercanía, pero no en lo que ha dejado a la sociedad a la que ha pertenecido.
De familia humilde, a su padre lo encarcelaron por ser republicano teniendo él siete años y no sólo tuvo que ver a su padre entre rejas, sino que luego prestó servicios en el Penal Naval Militar, equipamiento donde lo tuvieron preso.
Juan García Cubillana se hizo médico pediatra después de ser practicante y fue uno de los que tuvo la mala suerte de encontrarse cuando la catástrofe de Cádiz -no lo había contado nunca- haciendo prácticas con un médico y ejercer, con 17 años, de ayudante entre las víctimas de la explosión.
Su historia, recogida con amplitud en una entrevista concedida al programa Académicos de 7TV, es una historia de superviviente pero también una historia de amor de las que ya, al menos, no se cuentan. Porque por amor fue militar y por amor pedriatra y doctor en Medicina.
García Cubillana quería casarse y cuando terminó la carrera de Medicina en 1953 la oposición más rápida que podía hacer era a médico de la Sanidad de la Armada. Y allá que la hizo y fue trasladado al Penal Naval Militar, un destino que nadie quería pero que a él le servía para cumplir su objetivo: casarse con su novia de siempre.
¿Prisas? Sólo las que dan las ganas de estar con la persona amada y fundar una familia, que en aquellos tiempos se casaban antes porque el nacionalcatolicismo no daba para esperar mucho. Y menos a esas edades.
Su carrera militar, pues, fue coyuntural, aunque eso no lo salvó de navegar. En 1954 embarcó en el transporte de guerra Tarifa, cogiéndole por medio la descolonización auspiciada por la ONU y la marcha española de Sidi Ifni.
También se dio de bruces con la epidemia de poliomielitis que causó una gran mortandad entre los niños. Estuvo en el Tercio del Sur, en la Escuela de Suboficiales, el Arsenal de la Carraca, la Junta de Reconocimiento...
Juan García Cubillana fue también subdirector, primero y luego director del Hospital de San Carlos y lo primero que hizo fue prohibir fumar en el hospital. No en vano, aquella mole que él veía cuando iba llegando a La Isla desde Cádiz era una pesadilla después del incendio del anterior hospital, a pocos metros del actual.
Entre sus logros -además de ganarse la antipatía de los fumadores- está el haber consiguido aumentar la plantilla en más de 90 plazas en marzo de 1987 entre personal de mantenimiento, enfermeras y auxiliares de clínica.
García Cubillana, por eso de que quería casarse, dejó el doctorado que ya había comenzado para mejor ocasión pero en 2004, ya jubilado, su mujer le dijo que hiciera la tesis y Juan García Cubillana hizo la tesis y sacó el doctorado cuando tenía 76 años.
Ahora Juan García Cubillana, doctor, es un ciudadano más de La Isla, como lo fue siempre, pero su huella ha quedado marcada en quienes lo conocen.
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