San Fernando

Y de aquí en adelante se hablará también del pregón de Alex O'Dogherty

No le quedó nada por mencionar -se tomó su tiempo- ni a nadie a quien merecer en un paseo por la gente y las calles de La Isla, que es como hablar de él mismo.

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Si Alex O'Dogherty escribió el pregón en las salas de esperas de aeropuertos y estaciones de trenes, además de en su casa, aprovechó bien las esperas porque pocas veces se escucha un pregón más completo -y más largo- a pesar de que el listón está en La Isla muy alto gracias a pregones que han marcado época.

Espectáculo y pregón pero más pregón que espectáculo. O sea, lo que tocaba, que otros confunden las cosas. Espectáculo es el propio Alex O’Dogherty (a partir de ahora Alex, que entretiene mucho acordarse dónde se pone la hache), conocedor de todos los resortes para mantener un ritmo trepidante que en algunos momentos apenas levantó el pie del acelerador. Pero no paró.

Los de la María, su orquesta de siempre y sus amigos de siempre estuvieron con él en este momento y cuando pasaron los primeros minutos de espectáculo espectáculo, Alex comenzó a desgranar un pregón que era un pregón al Carnaval de La Isla, pero sobre todo un pregón a La Isla.

Lo dijo y es una verdad incontestable. Cuando se vive fuera de la tierra que moldeó tu infancia y tu adolescencia, se conoce a esa tierra, no mejor, pero sí de otra forma.

Y a Alex se le notaba ese conocimiento, ese pararse en cosas sencillas que los que viven aquí ven todos los días pero que para él es un descubrimiento cada vez que baja de Madrid a su tierra. Desde el paseo por la mañana por la periferia hasta que su madre lo llama y le dice “cuándo vas a venir; he hecho puchero...”

Alex no subió a escenario a grandes amigos que tiene y que son grandes artistas de renombre. Vino a La Isla, una vez más, a apostar por su tierra y por su talento, que es mucho. Dejó una parte en el escenario con Julia Medina y Antonio Lizana.

Fuera del escenario dejó que Eva Escudier mostrara lo que es el equilibrio en las alturas, algo intrínseco a los artistas, pero en este caso con más riesgo. O a María Gómez, una ilustradora que a través de las fotos de Alejandro Oneto iba ilustrando lo que ocurría con dibujos sobre la imagen.

Por la pantalla pasaron sus padres hablando de Carnaval. Paco Melero, Antonio Montiel, Perete, Er Shuste... y los jóvenes que ven las cosas de otra forma pero a los que sólo hay que darles tiempo para que la vez como los primeros. Quizá de otra forma, pero con la misma intensidad.

Alex habló de Carnaval, sí y de su infancia desde su casa -ahora siente el olor de su casapuerta, esa parte de la casa que hay que explicar a los que no son de aquí y que sólo se puede explicar con dos palabras: casa y puerta-.

Habló de los locos de La Isla, de los que están y de los que ya no están. De los sonidos del pueblo (o ciudad) que marcaron la infancia de todos los que estaban allí sentados -si nacieron a tiempo- desde el que vendía pescado hasta el afilador, el sonido que recorría las calles.

En su recorrido por La Isla en bicicleta mostró los caños, el agua, el puente Zuazo por donde no pasaron ni los ingleses ni los franceses. Ni él tampoco cuando se le pinchó la moto y tuvo que llevarla andando a su casa. “Y esas cosas no se olvidan”.

Recordó cómo se bañaban tirándose desde el puente de Hierro y al que le puso el nombre que no se esforzó mucho porque al fin y al cabo es eso, un puente de hierro. Hoy no se tiraría desde esa altura.

Y llegó a la Casería, su otra casa, Bartolo, para adentrarse por un camino que antes estaba cerrado y que ahora permite atravesar los polvorines de Fadricas hasta llegar a Bahía Sur.

Un poco detrás había dejado un reto para quien quisiera visitar el mal llamado Cementerio de los Ingleses y encontrar la inscripción de un inglés, luego el sitio lo miso no es tan mal llamado. Y mirando hacia adelante se encontraba con la Mohosa, con la carretera de la Batería, con la playa y a su templo.

Pero no fue un paseo por la tierra que lo vio nacer -en su carnet de identidad pone que es de San Fernando, que no todos lo pueden decir- sino por el espíritu de esta tierra que se manifiesta en la calle, callejolero él, callejera la chirigota Los que salieron del Tuto pa cantarte veinte minutos, que fueron menos. Chirigota callejera con veinte años -¿o eran veinticinco?- para pasárselo bien con mucho ingenio y muy poca vergüenza.

Después, Alex O’Dogherty (por si se han perdido y ya no saben de quién hablo) solo ante el público, ante sus paisanos, reconociendo el peaje que hay que pagar para triunfar, lo que se pierde cuando está lejos y lo que recupera cuando vuelve cada vez que vuelve. Alex sólo, emocionado, con los suyos entregados a un pregón que fue pregón y espectáculo, circo y música, épica y lírica, más lírica que épica.

Con los de su banda de siempre cantó cuando el relente ya tenía empapaítos a los que esperaron al final que fueron todos y después de cantar la penúltima, cantó la última. Por ahora.

Por cierto y porque es de justicia, mucho pusieron los maestros de ceremonia, Sergio Torrecillas y El Juaqui, "el que va siempre con Sergio".

Con anterioridad pero dentro del espectáculo tuvo lugar la proclamación de las Colombinas, con Natalia Pérez Lora recogiendo el testigo de Colombina Mayor y celebrando de esa forma su boda el día anterior, viernes. Y luego la entrega del Pierrot de Plata a Javier Navarro Ojeda y el de Pierrot de Oro a José Romero Soto El Habichuela. Antes o después de, porque el pregón empezó cuando empezó y terminó cuando terminó. Y no es una perogrullada. Porque lo mismo no ha terminado todavía.  

 

 

 

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