La Taberna de los Sabios

Una teoría del populismo

Queremos populistas, gente que sintonice con nuestras vísceras y que desprecie lo que la cordura razona

Publicado: 17/10/2018 ·
09:36
· Actualizado: 17/10/2018 · 09:36
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Poco a poco, el populismo avanza. ¿Por qué? Pues porque nosotros lo votamos: usted, yo y el vecino del quinto. Aquí y allá. Compruébelo: un país tras otro cae bajo sus falacias, tanto en Europa como en América. Encumbramos a líderes bravucones, prometedores de lunas imposibles, doctores de recetas fáciles, que agradan tanto como poco resuelven. Son las caras del nuevo populismo que nuestros votos inflan. Por eso, los verdaderos populistas nos son los líderes que vocean su mercancía fraudulenta, sino nosotros que gustosamente se la compramos a sabiendas de su brillo de hojalata. Increíble, ¿verdad? Pues así es, signo inexorable de los tiempos que nos toca vivir.

El populismo llegó a España con Podemos y Sánchez lo ha abrazado con la fe del converso. VOX, al otro lado del espejo, toma la bandera populista a la derecha, forzando a Casado y a Rivera a adoptar posturas populistas también, so pena de quedar relegados. O son populistas o no serán, nos tememos. Machado, el poeta sabio, ya lo vio venir. Españolito que vienes al mundo/guárdete Dios/ porque uno de los dos populismos/ ha de helarte el corazón. Pues eso. A tomar partido por uno u otro, que es de lo que se trata.

Queremos populistas, gente que sintonice con nuestras vísceras y que desprecie lo que la cordura razona. Nos encanta que nos engañen y seguiremos a los líderes que con mayor desfachatez a ello se apliquen. Rechazamos a los tibios y abrazamos a quienes nos proporcionan soluciones simples e inútiles. Pero eso, a nadie le importa. Seguiremos con placer morboso a quien con más descaro y desparpajo nos mienta. ¿La verdad? ¿A quién interesa la aburrida verdad, el dato, el control, la evaluación de resultados, el análisis de las consecuencias? Se acabaron las medias tintas y llega la hora de la verdad, de la verdad propia, claro está, que cualquier otra será proscrita y despreciada.

Ya Aristóteles advirtió que la demagogia destruye a la democracia. Y el populismo es el cáncer de la democracia. El cáncer nos mata, pero nos mata, paradójicamente, por su mucha vida. Virulenta, si se quiere, pero vida, al fin y al cabo. Células desatadas que se multiplican sin mesura hasta destruir a la vida armónica, que es la salud. Si el cáncer es vida hiperventilada, el populismo es democracia desquiciada, impúdica, enajenada, pero democracia, en última instancia. Ahí reside su fuerza, ya que se nutre de nuestros votos entusiastas. Tendremos, pues, lo que deseamos, y lo que deseamos es populismo en cualquiera de sus formas.

Nos encantan los populismos porque nos autojustifican al señalar a un enemigo. Ellos los malos, nosotros, los buenos. Y tenemos que proteger a la sociedad de su maldad intrínseca, plena, categórica. Fascistas, comunistas, moros, negros, capitalistas, ricos, da igual la etiqueta. El caso es alguien a quién odiar. Por eso, agradecemos a los populistas que apunten con su dedo acusador al enemigo al que destruir, al enemigo que nos redime. Y una vez identificado a los malos, nosotros nos sentimos buenos.

Para el populismo lo importante es el discurso, lo que se dice, pero no lo que se hace. Y, menos aún, las consecuencias de lo que se hace. Nuestra mente tiene naturaleza discursiva. Apreciamos el mundo no por lo que vemos, sino por el relato que de él nos hacemos. Lo importante es el relato, como bien conocen los apóstoles del storytelling, la corriente marketiniana de moda. La única prioridad es el discurso, abonado de valores, grandes palabras y hermosos fines, pero indiferente con la realidad.

Una vez inoculado el virus del populismo resulta casi imposible erradicarlo. Tendría una fácil cura, el dejar de votarlos, pero a día de hoy es tarde: ya estamos infectados. Relájese y disfrute, nada podrá hacer por evitarlo. También usted sentirá la pulsión populista, es inevitable que así ocurra. Llámele el espíritu de los tiempos, si se queda más tranquilo, pero, sépalo, terminará voceando la consigna del populismo que le enajene.

El populismo ama tanto a los pobres, que los multiplica, escribió Mariano Grondona, periodista argentino, que bien los sufrió. Lo sabemos, pero los seguiremos votando. Deseamos populismo y no cejaremos hasta destruirnos con él.

 

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