Una gran parte de la extensión de San Fernando y de algunos municipios cercanos es una zona de marismas y esteros que recibió la catalogación de Parque Natural, por lo que debe ser protegido. Al mismo tiempo, se trata de dominio público marítimo terrestre, de modo que no pertenece a nadie más que al Estado, pero se ha permitido, como en otras partes, que los antiguos dueños disfruten de una cosa llamada concesión administrativa, por periodo de 30 años en la mayoría de los casos, renovable por otros 30 (cosa que sucederá en breve).
La biodiversidad de este parque natural y su catalogación como tal tienen que ver con la acción del ser humano. En la antigüedad creamos pasillos artificiales para apresar la sal y la pesca. Estos pasillos permiten que exista vida que siempre está sumergida, vida que se desarrolla tanto fuera como dentro del agua y vida que se desarrolla fuera del agua, pero a poca distancia. Estos pasillos, que llamamos esteros, deben mantenerse para que esta biodiversidad siga existiendo y el modo adecuado de hacerlo es mediante la explotación sostenible. Es decir, que para que sigamos disfrutando de un parque natural debemos sacar sal, debemos sacar y criar pescado y marisco, debemos mantenerlo en condiciones para poder nadar o circular tranquilamente con piragua, debemos mantener sus compuertas y podemos, y debemos, aprovechar las fuerzas de marea para producir energía mecánica, como se hacía en la antigüedad con los molinos de marea, o energía eléctrica.
Si no lo hacemos, los esteros se colmatarán por la sedimentación natural de material. Si no mantenemos las compuertas en condiciones, si no mantenemos la profundidad de los esteros, si no seguimos viviendo en comunidad con ese espacio mitad natural y mitad artificial, lo perderemos y con él se irá la posibilidad de que San Fernando recupere algo que es definitivo para su presente y su futuro: sector productivo o primario.
Pero este futuro, como muchos sabemos, está en manos de tres o cuatro familias de los viejos terratenientes que, si bien no poseen los terrenos, poseen todos sus derechos y, desde sus vidas resueltas, lo ven morir, como ven derrumbarse los viejos edificios de mantenimiento de los esteros y sus molinos de marea. Y nadie hace nada.
Cuando tienes sector primario, cuando produces alimento y materia prima (y en este caso se debe hacer, de modo sostenible, para no perder el parque), el sector secundario se acerca para ahorrar costes de transporte. Se acercan las depuradoras de marisco, se acercan las conserveras de pescado, se acercan las fábricas de útiles para depurar, conservar y pescar; se acerca el empleo de calidad que permite convenios laborales estables.
Pero allí está el parque, delimitado en cuatro o cinco concesiones administrativas dadas por inercia y que serán renovadas por inercia a gente que sabe Dios cómo consiguió acumular tal cantidad de terreno sin trabajarlo con sus propias manos. Y, mientras, jalamos lo que podemos de Europa para que nos dé dinero para mejorar un paseo marítimo y los accesos a la playa, para ahondar en el futuro de San Fernando como ciudad turística, con trabajos estacionales y precarios, alejando la iniciativa cooperativa, durmiéndose en invierno, deslomándose en verano para juntar los pocos meses que te permitan optar a una ayuda, otra más, poniendo parches en una rueda que va cuesta abajo porque no tiene motor que le permita subir desniveles y aguantar las malas rachas.
Y, mientras, nuestro polígono industrial Fadricas está lleno de gimnasios, gasolineras, restaurantes, clubs de pádel, que si una tienda de petardos, que si un puticlub, que si un par de concesionarios de coches. ¿De qué planeamos llenar Fadricas II? El futuro no se espera, se inventa, pero nosotros, con la ventaja de que el pasado nos está mostrando el camino, lo estamos ignorando, estúpidos de nosotros, ignorantes de mentes sedimentadas por la desidia.
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