La Taberna de los Sabios

Una teoría del enemigo

Adenauer: “Existen tres categorías de enemigos, a cada cual peor: los simplemente enemigos, los enemigos a muerte y los compañeros de partido”

Publicado: 27/06/2018 ·
09:39
· Actualizado: 27/06/2018 · 09:39
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Pasan los días, rápidos, como el vuelo fugaz de las golondrinas que regresaron a nuestros balcones, mientras las primarias del PP avanzan con su liturgia de mítines, promesas y abrazos. No se trata de convencer, ni siquiera de debatir grandes proyectos de futuro. Eso quedará para después, ahora se trata de ganar y para ganar hay que asegurar compromisarios y votos. Si se pierde, no habrá compasión para el derrotado. Habrá vencedores y vencidos, carreras políticas aceleradas por figurar en el bando ganador, carreras que declinarán por haber apostado a caballo perdedor. Así es la vida, así es la bendita democracia.

Y, hasta la presente, los candidatos están guardando las formas. Bien está, pero que nadie se engañe. La guerra se libra en el subsuelo, en el reino de las penumbras, de manera encarnizada y sin cuartel. Cuando se trata de vencer o morir, no existe concesión posible al rival, en verdad enemigo, según la acerada cultura partidista. Los clásicos ya advirtieron de que sólo los necios podían confiar en una vida sin enemigos. Y no parecen tontos, precisamente, ninguno de los candidatos a presidir el PP. Por eso se conocen bien la teoría del enemigo destilada tras siglos de sabiduría política. Y lo que vale para ellos, también sirve para usted. Tome nota, porque, aunque marche con delicadeza de bailarina de ballet austriaco, aunque trate de aislarse en un mundo ausente, aunque desee el bien ajeno por encima del propio, siempre le aparecerán enemigos. Por envidia, porque desean algo suyo, porque le temen, por aquello de que los amigos de mis enemigos son mis enemigos, porque sí. El caso es que, aparecer, aparecerán con su carga dañina y ponzoñosa.

Churchill, el héroe alcoholizado y brillante, se prodigaba en aforismos sabios, que enseñaban y escandalizaban al tiempo. De hecho, se le recuerda tanto por haber derrotado al acero nazi con el aliento de sus discursos, como el adorno de sus cientos de frases afiladas con la piedra del cinismo. “Recuerde joven – le espetó al parlamentario novato – que el enemigo no se encuentra en las filas de enfrente, sino en las propias”. Así, los políticos comentan resignados que los rivales son los adversarios y los correligionarios, los enemigos. Vaya por Dios. Y no es algo exagerado, sino la vida misma, como pensó el canciller Konrad Adenauer cuando alivió sus adentros con su frase célebre “Existen tres categorías de enemigos, a cada cual peor: los simplemente enemigos, los enemigos a muerte y los compañeros de partido”. Y se quedó tan tranquilo. Bien debía haberlo experimentado en carnes propias, a pesar de que hoy le recordemos como el canciller del milagro alemán y por haber puesto los cimientos de una Europa Unida. Andreotti, primer ministro italiano, tampoco le fue a la zaga con aquella clasificación evolutiva, de menos a más, de los enemigos en ciernes. “En la vida existen amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”.

Tomen nota los candidatos y no se vengan arriba en plan general Espartero, quintaesencia del espadón decimonónico, que se permitió la fanfarronada famosa: “Yo no tengo enemigos porque los he fusilado a todos”. Los esforzados candidatos ni querrán ni podrán fusilar a nadie, simplemente, tendrán que derrotarlos sin otra arma que el voto libre y sereno. Casi ná.

Por Darwin sabemos que los enemigos nos ayudan a esforzarnos, nos hacen sudar la camiseta, nos fuerzan a ganar, nos hacen más competitivos. El filósofo griego Antístenes afirmaba que deberíamos estar agradecidos a nuestros enemigos porque son los primeros en descubrir nuestros defectos. Nuestros enemigos nos hacen mejores y, como afirman los sabios en la taberna, el peor enemigo es el que habita en nosotros mismos.Lo único cierto es el pasado, reflexionaba Séneca, porque el presente es efímero y el futuro está por venir. Y bien que los enemigos se esfuerzan en escarbar precisamente en ese pasado de cada cual, pegajoso, inseparable e irreparable, con fruición de arqueólogo malvado.

Y, hasta aquí, la teoría clásica del enemigo. Pero ojalá que esté equivocada y que las elecciones se puedan dirimir con la transparencia, libertad y honestidad que todos ellos vocean y reclaman. Que así sea, amén.

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