Notas de un lector

Por las calles del tiempo

El autor donostiarra Karmelo C. Irribarren ha vertebrado un poemario donde prima la contemplación serena e introspectiva de la vida

Publicado: 28/05/2018 ·
11:57
· Actualizado: 28/05/2018 · 11:57
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Es intrínseco al hombre la incertidumbre que subsiste bajo la amenaza de su extinción. La edad va conformando de manera progresiva una existencia donde la mortalidadse alza como irremisible fin. Así lo expresaba Jorge Luis Borges en “El reloj de arena”, a sabiendas de que ese abismo en el cual se va deshaciendo el ser humano es ya irrecuperable: “Todo lo arrastra y pierde este incansable/ hilo sutil de arena numerosa./ No he de salvarme yo, fortuita cosa/ de tiempo, que es materia deleznable”.

Y he recordado ahora al escritor argentino, tras la gozosa lectura de “Mientras me alejo” (Visor. Madrid, noviembre de 2017), de Karmelo C. Irribarren (1959). El autor donostiarra ha vertebrado un poemario donde prima la contemplación serena e introspectiva de la vida y en el que narra de manera efectiva su diario acontecer. La conciencia cognitiva del yo se sitúa en una privilegiada atalaya que tan sólo conceden los años, la experiencia vital, la cualconvierte el tiempo en palabra herida, en palabra corazonada, en palabra necesaria: “Lo de ser viejo/ tiene que ser muy complicado./ Y no sólo/ porque puedas morirte/ cualquier día,/ sino precisamente/ por todo lo contrario,/ porque eres viejo pero sigues vivo,/ y el mundo sigue ahí,/ moviéndose al alcance de la mano,/ pero ya/ no se deja tocar”.

Karmelo C. Irribarren explora con detalle los sentimientos que acompañan su costumbre y mira, a su vez, hacia un ayer que significaba inocencia y esperanza, territorio familiar, sol pretérito ya apagado.Al cabo, el presente y el mañana terminan dando la espalda al pasado y crecen como común asidero para prolongar la certidumbre que descansa al filo de cuanto se ama: “Escuchas el sonido de la lluvia,/ desde la cama, de noche,/ junto a ella./ Te giras un poco/ y observas/ su perfil recortado en la penumbra:/ en los labios, en calma,/ ese amago de sonrisa./ Y no sabes cómo pero sabes/ que no te hace falta/ nada más,/ que ahí/ está todo lo que necesitas”.

Los poemas se suceden a modo de apuntes, de historias próximas y cómplices, y en ellos se refiere una realidad que -aun siendo, en ocasiones, incrédula, desconfiada- no renuncia a su afán de plenitud. El verso de Irribarenroza con sencillez el origen mismo de las cosas, de sus imágenes, de sus nombres y, reafirma su compromiso existencial. Su voz va descubriendo su propio ser como una ventana abierta a lo absoluto y expresa el lugar del hombre no como una tragedia de la vida, sino como superación de  su angustia histórica.

En su prefacio, anota Luis Alberto de Cuenca que es esta una poesía“hiperrealista” y que “la emoción es un ingrediente básico en la escritura del donostiarra, sea cual sea el disfraz poético que adopte”. Y en verdad lo es, porque no hay otro cielo ni otro sueño que extienda sobre el sujeto lírico un hálito de verdad distinta a la reflejada en su interior. Y desde esa intimidad, precisamente, se alzan los mejores instantes de este libro emocionante y sincero: “Nunca quise llegar a ningún sitio/ ni tampoco me interesó/ especialmente el paisaje (…) Exiliado en mi interior,/ nunca en venta/ ni besando la mano de nadie,/ arrastro mi minúscula épica/ -por unas calles/ que ni siquiera son ya mis calles-/ y me voy alejando”.

 

 

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