El alcalde de Cádiz, José María González, era el encargado de inaugurar el programa de Lectura Continuada en la Fundación Municipal de la Mujer con la intención de reivindicar el papel de las mujeres en la sociedad, en favor de la promoción y la igualdad real que, a veces, "ha concebido todo lo contrario". Para ello eligió un fragmento de 'La mujer rota' de Simone de Beauvoir, estandarte del feminismo en los años 60.
A juicio del alcalde, buscar esa promoción y esa igualdad real ha sido una lucha de muchos años y "seguimos transmitiendo esa llamada a la necesidad de la igudaldad real". Con el mensaje de que "las palabras pueden transformar el curso de la historia, el regidor gaditano aprovechaba para dar lectura al inicio del escrito de la escritora francesa.
Previamente ponía el acento en el recuerdo de "tantas mujere sy artistas cuyo talento se ha tenido en cuenta o no; muchas artistas que han tenido que recurrir a los seudónimos para introducir su obra en un mundo muy marcado por los hombres". Asimismo, mencionó la conmemoración del 50 aniversario de Mayo del 68, donde París "se convertía en epicentro de lo que ponía en una situación incómoda a la encorsetada sociedad del consumo". Durante su discurso, el edil agradeció a las trabajadoras de la Fundación el trabajo desempeñado.
Fragmento de la lectura de la escritora francesa
¿Mi reloj está parado? No. Pero las agujas no dan la sensación de girar. No mirarlas. Pensar en otra cosa, en cualquier cosa: en este día detrás de mí, tranquilo y cotidiano, a pesar de la agitación de la espera. Enternecimiento al despertar. André estaba acurrucado en la cama, los ojos cubiertos con una venda, la mano apoyada en la pared, con gesto infantil, como si en la confusión del sueño hubiera necesitado experimentar la solidez del mundo. Me he sentado al borde de la cama, he apoyado la mano sobre su hombro. Se ha arrancado la venda, una sonrisa se ha dibujado sobre su rostro atolondrado. —Son las ocho. He instalado en la biblioteca la bandeja del desayuno; he tomado un libro recibido la víspera y ya a medias hojeado. ¡Qué fastidio todas esas cantinelas sobre la incomunicación! Si uno quiere comunicarse, generalmente se logra. No con todo el mundo, ciertamente, pero sí con dos o tres personas. A veces oculto a André caprichos, nostalgias, inquietudes menores; sin duda él también tiene sus pequeños secretos, pero a grandes rasgos no ignoramos nada el uno del otro. He servido en las tazas, té de China muy caliente, muy cargado. Lo hemos bebido revisando nuestro correo; el sol de julio entraba a raudales en el cuarto. ¿Cuántas veces nos habíamos sentado frente a frente ante esta mesita, delante de las tazas de té muy cargado, muy caliente? Y otra vez mañana, dentro de un año, dentro de diez años... Ese instante tenía la dulzura de un recuerdo y la alegría de una promesa. ¿Teníamos treinta años, o sesenta? Los cabellos de André se han encanecido tempranamente: en otra época, esa nieve que realzaba la frescura mate de su piel parecía una coquetería. Sigue siendo una coquetería. La piel se ha endurecido y agrietado, viejo cuero, pero la sonrisa de la boca y de los ojos ha conservado la luz. A pesar de los desmentidos del álbum de fotografías, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy: mi mirada no le conoce edad. Una larga vida con risas, lágrimas, cóleras, abrazos, confesiones, silencios, impulsos, y a veces parece que el tiempo no hubiera pasado. El porvenir todavía se extiende hasta el infinito. Se ha levantado: —Buena suerte con el trabajo —me ha dicho. —Tú también: buen trabajo. No ha contestado. En esa clase de búsqueda, forzosamente hay períodos en Simone de Beauvoir La mujer rota 5 los cuales no se adelanta; uno se resigna a eso con menos facilidad que antes.
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