Aquel 25 de abril de 1998 el paisaje se tiñó de negro cuando casi todos los elementos de la tabla periódica se vertieron a lo largo de los ríos Agrio y Guadiamar, llegando a las puertas de Doñana. Seis millones de metros cúbicos de lodos se vertieron por la brecha de la balsa, afectando a unas 6.000 hectáreas. Un deficiente mantenimiento facilitó el desastre, anunciado años atrás por científicos y ecologistas. Boliden-Apirsa acababa de provocar el mayor accidente contaminante de la historia de Europa Occidental.
A pesar del desconcierto inicial, las actuaciones de recuperación fueron excelentes. La rápida intervención para limitar la superficie afectada fue muy acertada, mucho más que la idea de alejar al Prestige, que permitió que un vertido mucho más pequeño afectase una enorme superficie. La actuación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) fue fundamental por un lado, para asesorar a las administraciones en las tareas de recuperación, y por otro por que se convirtió en una fuente de información objetiva que contribuyó a generar la tranquilidad necesaria para afrontar el tremendo trabajo que nos esperaba.
Los mismos parajes que habían presenciado esa descomunal arriada, serían testigos, durante los siguientes tres años, de la mayor operación de limpieza de suelos contaminados en Europa. Ahora, veinte años después, la contaminación basal, si bien un poco superior a la que había antes del accidente, está muy lejos de niveles preocupantes. La zona está limpia y no existen riesgos para seres vivos, incluidas las personas, derivados del accidente.
La recuperación ha sido ejemplar y es un modelo de referencia a nivel internacional. Desde el punto de vista del conocimiento científico hay un antes y un después. Todo lo que sabemos en el mundo de accidentes de este tipo lo sabemos por Aznalcóllar. Aunque las administraciones siguieron mayoritariamente las sugerencias del CSIC, hubo dos que se olvidaron. La balsa sigue teniendo filtraciones hacia el río Agrio que, poco a poco, descienden hacia Doñana. El alejamiento del cauce del Agrio del borde de la balsa sería la solución que es además completamente viable desde el punto de vista técnico.
El segundo punto pendiente es Corredor Verde. Aunque es un magnífico ejemplo de recuperación, desde el punto de vista ecológico, no es un corredor funcional porque no se aseguró su conexión con las masas forestales del norte del Parque Nacional y es, por lo tanto, incapaz de conectarlas con Sierra Morena. De nuevo, esto es técnicamente posible pero no se afrontó en su momento. Por último, conviene recordar que, como consecuencia del accidente se produjeron cambios en las normativas tanto nacionales como europeas que hacen al día de hoy mucho más difícil que algo así puede volver a ocurrir. Desgraciadamente, como el caso Prestige se encargó de dejar claro, la intervención del CSIC como asesores en situaciones de crisis, que tan buenos resultados tuvo en Aznalcóllar, lejos de convertirse en un ejemplo se quedó en una anécdota.
Ahora, 20 años después, se plantea la oportunidad de reabrir la actividad minera en Aznalcóllar. Personalmente, teniendo en cuenta que la explotación no se plantea a cielo abierto y que el procedimiento de extracción no genera esas descomunales y peligrosas balsas, me parece que la reapertura es la única oportunidad realista de que alguien pague la inertización de los lodos, se haga cargo de los pasivos ambientales, y afronte el necesario reto de, no sólo no dañar el medio ambiente sino dejarlo en una mejor situación, con mejores niveles de salud ambiental y biodiversidad. Si esa es la actitud de la Junta y de la empresa concesionaria, los científicos que trabajamos en el accidente estaríamos muy felices de no tener que volver a hacerlo jamás.
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