Aclaro que mi amigo, al que debo el argumento de estas notas sobre la Feria de Abril, es sevillano y creyente, sin que yo me atreva a apostar sobre la solidez de su formación religiosa y sobre hasta qué punto cabe suscribir sus recomendaciones para feriantes cristianos; pero como cantan por Cádiz: “Dice cosas este loco que no parecen verdad, pero mentira tampoco”. -¡“Yo voy a la Feria como si me hubieran invitado a las Bodas de Caná, convencido de que allí están Jesucristo y su Madre y de que hay vino y mucha alegría”!
Su parecer es claro: un cristiano debe ver la Feria con los ojos de uno de los invitados a las bodas de Caná; seguro de que el Señor y la Virgen están en medio de nosotros y de que si se acaba el vino habrá más de un milagro para remediar el entuerto y para que nosotros echemos una mano llenando las tinajas.
Y mi amigo se pregunta: -¿Hay algún sitio donde se cultive más el ambiente familiar? Y lo razona con bastantes argumentos. Si se tiene caseta, porque ésta se convierte en el portaaviones desde donde se va con los nietos a los cacharritos de la calle del Infierno, se vive y se come en familia y se sale y se entra con los amigos mientras se multiplican saludos, besos y abrazos.
Y si no se tiene caseta y venga uno de donde venga –de la capital o de los pueblos- la aventura es casi siempre colectiva y apoyada en las casetas de los amigos de verdad. -¡Y cómo se contagia la alegría en el ambiente de la Feria!
Muchas veces basta con ver alegres a los demás para compartir con inocencia, de corazón, este valioso sentimiento. Da igual que al pasar por una caseta bailen bien o mal las sevillanas, todo es motivo de una sana alegría.
Y con la predisposición del Gaitero de Gijón, de alegrar a los demás aunque uno tenga motivos para estar triste. Y mi amigo llega a más. -“¡Hay que hacer un esfuerzo para llegar al entusiasmo en la convivencia!”
Y sus razones son especialmente poderosas y cultas, porque entusiasmar viene del griego “llenar de Zeus”, es decir: cuando mi alegría alcanza el óptimo, es que estoy lleno de Dios y lo manifiesto.
-¡Que lo que se acabó en Caná de Galilea, en la boda donde Jesús y María se lo pasaron estupendamente, fue el vino!”
Y en eso tiene toda la razón, porque agua hubo hasta para hacer milagros.
¡Feliz Feria!
Ojalá seamos capaces de vivirla como la Peña Cultural la Antorcha, que lleva a su caseta y al corazón de sus socios, a los que no tienen Feria; o como hacía en vida el salesiano Padre Gabriel con los chavales de las Trescientas. O como el recordado Rafael Vallejo, con su catavinos de plata y su generosidad con todos. ¡Y es que, para la gente de buena voluntad, en los pucheros de la Feria también anda el Dios de Santa Teresa!
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