- “La llaga que deja la dicha/ se llama estigma y no cicatriz./ Sólo las palabras del poeta/ nos dan noticia de ella./ El decir poetizante/ es sede que ampara y no guarida”. Con estos sugestivos versos se cierra la oportuna compilación de `Poemas´ de Hannah Arendt, que acaba de ver la luz en España. Las precisas versiones de Alberto Ciria iluminan los 71 textos aquí reunidos y articulan, en suma, toda la producción lirica de la pensadora alemana.
Nacida en Hannover en 1906, estudió filosofía y teología con Heidegger, Jaspers y Bultmann. Con el primero de éstos, mantuvo un amor clandestino y complejo. Heidegger, un profesor ya reconocido y de porvenir brillante, se enamoró de una joven judía de dieciocho y diecisiete años menor que él. De aquella relación, surgen los poemas iniciales de Arendt, recogidos en la primera parte del volumen bajo el epígrafe “1923 – 1926”.
Hay en ellos una mesurada sencillez, un lenguaje intensificado, acumulativo, que revela la moderna personalidad de la autora germana. No guardan estos versos una concepción analítica, social o ideológica -como sí ocurrirá más adelante-, sino que asoma el arraigo de la integración vital y almada que sentía Arendt en unos momentos de intensa mudanza personal: “Cuando volvamos a vernos/ florecerá la blanca lila/ y yo te envolveré en almohadas/ para alejar de ti las nostalgias./ Alegrémonos entonces/ de que el vino seco/ y los fragantes tilos/ nos encuentren todavía juntos./ Pero cuando caigan las hojas,/ entonces separémonos./ ¿Exasperarse para qué?/ Habrá que arrostrar ese sufrimiento”
A pesar de la brevedad de la obra lírica de Hannah Arendt, la poesía resultó trascendente en su diario acontecer. Desde pequeña, recitaba de memoria textos de los antiguos clásicos y leyó con devoción a Heine, Schiller, Goethe, Hoffmansthal, Goethe, Rilke…, conformando así un modo personal y ecléctico de entender este género. El conocido aforismo, “lo que quiero es comprender”, ayuda a profundizar mejor en la esencia de sus aspiraciones e ideales, pues en su imaginario cultural no cabía un simple bagaje estético que careciese de un mensaje ulterior y relevante.
Aquellos textos juveniles en los que se mostraba aún confundida y sin un rumbo fijo, difieren mucho de los que inauguran la segunda sección de esta compilación, “1942 – 1961”. En 1933, emigra a París y en 1942 fija su residencia en EEUU, donde inicia una destacada labor docente y periodística.
En el jugoso epílogo a esta compilación, Irmelavor der Lühe afirma que en las referencias literarias y artísticas de Arendt pueden hallarse dos vertientes que obedecen “a una ruptura con la tradición, que a causa del holocausto se ha vuelto irreversible (…) y a una nueva fundamentación del pensamiento político y de la reflexión filosófica”.
Sobre estos dos pilares se vertebran muchos de los nuevos poemas arendtianos, en los cuales se adivina el enorme peso histórico que imanta tanto a Europa como a Norteamérica. La modernidad historicista occidental se convierte en materia temática y el pasado no es ya una anacronismo o contradicción, sino una manera lógica y precisa para afrontar la interrelación entre el ser humano y su perdurabilidad en el siglo XX: “Viene lo antiguo para volver a darte escolta./ No le vuelvas el corazón ni te dejes cautivar,/ no te quedes, despídete del tiempo/ y conserva, sí, tu agradecimiento y tu arrobo,/ pero no dejes prendida la mirada”.
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