La elegancia del ballet, la estrategia del ajedrez y la agresividad de las artes marciales. Así se define la esgrima, un deporte que cuenta con pocos adeptos a nivel local (y nacional), pero que al torremolinense Carlos Soler le “enganchó como a la vida misma” desde que lo probó por primera vez hace ya 25 años. El florete, la espada y el sable se convirtieron en una droga para Soler. Una caída al vacío cuando realizaba el servicio militar le dejó en silla de ruedas y desde ella lleva más de 20 años cosechando un éxito tras otro. Tras la llegada de sus tres hijos, quienes confiesa que también son amantes del deporte “aunque un poco más tradicional”, su día a día en campeonatos se ha relajado un poco. Entrena dos veces en semana en el Palacio de Deportes José María Martín Carpena a alumnos destacados, como el también torremolinense, Lorenzo Ribes y el malagueño, Antonio Garrido, quien dice de su profesor que es “exigente y muy meticuloso con los movimientos”. Esa exigencia, tesón y esfuerzo le han valido que una calle de su pueblo lleve su nombre.
¿Cómo empieza la aventura de la esgrima?
–Empezó, precisamente, en Torremolinos. Hubo una competición allí en 1993, que se celebró en el colegio La Paz. Yo siempre he estado vinculado al deporte en Torremolinos. Después de tener el accidente, era entrenador de fútbol y ganamos en las ligas locales. A raíz de ahí, desde el Ayuntamiento me comentaron que había una competición de esgrima y me animaron a asistir, así que al final fui. Además, en la misma competición me ofrecieron probar, pero me daba muchísima vergüenza. Cuando todo esto terminó, quedé con Paqui Bazalo, para entrenar y desde entonces estoy enganchado a la esgrima como a la misma vida.
Campeón del Mundo, Subcampeón de Europa, cueve campeonatos de España y cinco participaciones en los Juegos Paralímpicos.¿En qué momento está su carrera?
–He quedado dos veces subcampeón de Europa, fui campeón del Mundo en 2003 en Budapest, he quedado 18 veces campeón de España y algo que me dio mucha pena fue perderme la cita en Sidney porque me rompí la tibia y el peroné cuatro meses antes. Mi carrera, después de tener tres hijos, ha sufrido un parón porque esto es algo que requiere mucha dedicación y yo no puedo viajar cada dos o tres semanas. Ahora me dedico a dar clases. Tengo un par de alumnos destacados que, a partir de septiembre, van a empezar a luchar por su clasificación de cara a Tokio. Además, soy seleccionador nacional. Deporte poco conocido.
¿Cómo animaría a practicarlo?
–Es un deporte de contacto, que es individual y, sobre todo, no necesita mucho. Sí es cierto que estas cosas son caras, pero el club ofrece el material para aquel que no pueda costearlo. Con lo de que no necesita mucho me refiero a que con un chándal y unas zapatillas, lo tienes todo. Yo invito a la gente a que pruebe este deporte y ya se darán cuenta de lo bonito que es.
A la hora de practicar la esgrima, ¿ha encontrado alguna traba?
–El mayor problema es la parte económica. Si quieres triunfar, tienes que aportar tu dinero para poder llegar a competiciones. Por lo demás, es todo facilidades. En mi caso, siempre estuve muy apoyado por el club y por mi maestro, Antonio Marzal. Después de ver resultados, empecé a tener el apoyo de la Federación Española y de las empresas, tanto privadas como públicas.
¿Cómo ha sido llevar el nombre de Málaga por el mundo?
–He llevado el nombre de Torremolinos por los más de 100 lugares internacionales que he recorrido y eso que los conté hace tiempo. Es un orgullo que la gente te felicite por los éxitos que has cosechado.
¿Qué supone para usted tener una calle en Torremolinos?
–La verdad es que me pilló un poco por sorpresa porque había escuchado rumores en la Asociación de Deportistas Malagueños Discapacitados (ADEMADIS) sobre que iban a pedir una calle en mi nombre, pero no pensaba que iba a ocurrir porque eso se suele hacer a título póstumo. Cuando me enteré me produjo una gran alegría y sorpresa
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