Manuel Moneo dejó de existir ayer, en diciembre, el mismo mes en que se fue su hermano Juan o nos dejó Manuel de los Santos Agujetas, a los 67 años para dejar a Jerez sin su último patriarca, para dejar a Jerez soñando con esas siriguiriyas que emocionaban, como dolían sus soleas o sus bulerías para escuchar o sus malagueñas o sus fandangos o incluso esas saetas que dejó para la historia allí en la puerta de la vieja Venencia.
Manuel Moneo Lara trabajó en el añejo matadero de La Asunción a la vera del Volapié, de Roldán primero y de su tío Luis de Pacote después, y alllí convivió cante con Fernando Terremoto o baile con Paco Laberinto, como antes, cuando nació y creció, se acunó en las vivencias plazueleras y gitanas de los Chalaos, o de su abuelo Pacote o de Eduardo El Pili o de los Rubichi, El Garbanzo, Mijita y tantos otros de los que bebió para convertirse en la voz de bronce de La Plazuela, esa voz que sabía a sangre, a sangre de alguien que nunca perdió la ortodoxia del cante, y con la que Jerez latía a golpe de nostalgia de ese flamenco eterno del que ha dejado herencia en discos en solitario como “Testimonios”, “Pa mi Manué” o “Jerez por derecho”, así como otras muchas grabaciones compartidas.
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