Es el arquitecto Honorio Aguilar un sevillano de los que entienden perfectamente el eclecticismo de esta ciudad. La ama porque la comprende, y la comprende porque la conoce, la cuida y la hace habitable desde su estudio. Solemos cruzarnos en esas pequeñas y deliciosas bullas de fin de semana que se forman en esta ciudad al atravesar la calle. Una veces soy yo la que vuelvo y él llega, y otras las que él llega cuando yo tarareo la marcha real hacia mi templo de recogida. Siempre entregándonos el testigo del amor por nuestro patrimonio. Por eso me ha alegrado profundamente saber (aunque no me ha sorprendido conociéndole) que haya solicitado que el Ayuntamiento de Sevilla tramite la catalogación del mudéjar para los monumentos de este estilo arquitectónico de la ciudad.
Para lograr una catalogación parecida a la que tiene Aragón, que extendió la catalogación de Teruel a otros monumentos. “Al estar ya catalogado el Alcázar de Sevilla y tener este estilo arquitectónico, sólo habría que extender la catalogación”, explica.
Según explica, se trata de templos en los que sus naves se alinean con la dirección Este-Oeste, aún con pequeñas desviaciones, la cabecera o ábside hacia Oriente y los pies o fachada a Occidente. Santa Marina o la Omnium Sanctorum son claros ejemplos de esta tipología arquitectónica, aunque hay otras iglesias con retablos renacentistas o barrocos de mucha belleza, como las de San Esteban, San Román, San Marcos, San Andrés, San Vicente, San Pedro y San Lázaro, entre otras. Y es que contar con esta catalogación “sería una garantía para la conservación de los monumentos, que estarían preservados por organismos internacionales y contarían con el reconocimiento de toda la humanidad, algo que supondría un importante respaldo para un patrimonio tan valioso como el que tenemos”.
El mudéjar está tan impreso en nuestra piel que es parte de nuestra filosofía de vida, aunque no lo sepamos. Verán, dice Honorio que el bello juego arquitectónico de sus templos es conocido como “el milagro de la luz”, ya que las naves de las iglesias fueron construidas para aprovechar la luminosidad. El sevillano pues, tiene el alma mudéjar buscando la luz en cada esquina de su ciudad. La luz de ese cielo de azules imposibles o la luz tiniebla de la luna del parascebe.
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