Eran los tiempos en que se pasaba de la alpargata al seiscientos, de la casa de vecinos al pisito, del cine a primera hora de la tarde en el Villamarta al paseito a El Puerto a tomar café. Jerez se desperezaba de una época marcada por la posguerra, por el poco dinero, por las muchas horas de trabajo, por los lavados sabatinos en el baño de cinc y el agua calentada al sol que se enseñoreaba por la azotea. Jerez despertaba de su largo letargo de clases altas y clases bajas y comenzaba a tomar cuerpo la clase media, esa clase que estaba llamada a tomar el pulso de la ciudad más pronto que tarde, esa clase media que era la que le tenía que dar vida a ese centro donde, hasta entonces, la temperatura se medía en los Casinos. Jerez se divertía con las ocurrencias del Varilla, cada día con una ropa distinta porque para él las veinticuatro horas eran carnaval, del que corrían más rumores que verdades, o se admiraba con los dibujos de Rosique o hablaba de Pepe Leche o del Bomba. Una etapa del siglo XX terminaba y otra comenzaba, totalmente distinta. Tan distinta que se pasó a las cocinas de butano y se olvidaron en el baúl de los recuerdos las de carbón y en Sabino Hoces se compraban los primeros calentadores y la copa de picón pasaba casi a la historia. Y liderando ese futuro, ya casi presente, emergía a un kilómetro de la ciudad -como se podía leer en el viejo, entrañable y siempre en el recuerdo periódico de La Voz del Sur- el Club Nazaret. Nacía con vocación de familia, de familias de clase media que pudiesen tener su club como alternativa a aquel Chapín que era el sitio de cobijo de las clases más pudientes. El Club Nazaret, entonces en los extrarradios, está cumpliendo sus primeros 50 años y la alcaldesa, Mamen Sánchez, en la comida conmemorativa del pasado sábado recordaba cómo fue precisamente en el Club donde ella dio sus primeros pasos. Cuántas noviazgos salieron en las noches de verano, cuántas amistades se curtieron en esas tardes eternas de piscina. El Club Nazaret, por el que hay que luchar para que exista cincuenta años más, ha sido el testigo mudo del nuevo Jerez y de las nuevas generaciones que afloraron allá por los 70.
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