Teresa Rodríguez, en una entrevista en la SER, me ha citado como argumento de autoridad, en mi calidad de antropólogo social y cultural, para defender la concesión por el ayuntamiento que preside su marido de la medalla de oro de Cádiz a la Virgen del Rosario, patrona de la ciudad, lo que ha desencadenado una fuerte polémica. Como no me han preguntado sobre el tema y a veces los libros y artículos que uno escribe pueden leerse con alguna ligereza, o no interpretarse bien, comparto en abierto lo que hubiera dicho en privado si me lo hubieran pedido.
Intuyo que la “iniciativa popular” instando al ayuntamiento a dicha concesión pueda deberse al interés de poner, una vez más, en apuros al alcalde, que suele tener dificultades para salir de los charcos en los que otros lo meten o se mete él solo. Porque si se pronunciaba en contra podría acusársele de sectarismo y de menospreciar a miles de gaditanos, y si a favor le acusarían otros, de su propio ámbito político, de seguidismo y blandura con la derecha y de violar la aconfesionalidad de las instituciones públicas (ante estas críticas, el propio Pablo Iglesias ha tenido que echarle un capote).
Desconozco qué entidad desarrolló la campaña de recogida de firmas. Desconozco también por qué esa petición no se hizo en los muchos años de alcaldía de doña Teófila, que la habría acogido con entusiasmo. Y no opino sobre si seis mil firmas son o no un porcentaje muy significativo sobre el total de empadronados en Cádiz. Pero constato que tanto la derecha tradicional como el PSOE acostumbran a fabricar confrontaciones en el plano simbólico e ideológico abstracto para enmascarar los concretos problemas de la gente y las diferencias (o afinidades) en el plano de la política práctica sobre ellos. Esto es ya un clásico.
¿Qué habría hecho yo de estar en el pellejo y en el cargo -los dioses me libren- del alcalde de Cádiz? Pues asumir la propuesta pero ampliándola, presentando al pleno del Ayuntamiento un paquete no fragmentable de medallas de la ciudad a incuestionables REFERENTES IDENTITARIOS significativos para la totalidad o para amplios sectores de la ciudadanía. Sin que la relación aspire a ser exhaustiva yo propondría los siguientes:
- El Carnaval (encarnado en El Tío de la Tiza, a título póstumo, y/o en algún/os letrista/s que ya no participen en concursos).
- Fermín Salvoechea (a título póstumo, por su ejemplar lucha a favor de la soberanía popular).
- Los diputados de las Cortes de Cádiz (por su resistencia al invasor francés y su apuesta contra el absolutismo, aunque la Constitución que elaboraron tuviera muchas supervivencias del Antiguo Régimen).
- Carlos Cano (por su amor a Cádiz, que expresó en muchas de sus coplas).
- El Cádiz Club de Fútbol (en la persona de Mágico González o de algún viejo aficionado que nunca haya pertenecido a su directiva).
- Jesús Nazareno, “el Greñuo” (si no la tiene ya, y aunque ya sea “alcalde honorario perpetuo”).
- La Virgen del Rosario, patrona de la ciudad (tal como piden los firmantes de la actual petición).
- El frito gaditano (quizá concretado en la tortillita de camarones o en alguna freiduría clásica que aún subsista).
Estas ocho medallas (ampliables, claro, si fuera conveniente) se concederían por el alto grado de identificación popular con ellos, más allá de los contenidos ideológicos de sus destinatarios. Y por ser símbolos -como tales polisémicos, es decir con diversidad de significados- compartidos por la ciudadanía, aunque cada gaditano/a pueda verse identificado con algunos y no con otros. A mí, al menos, la relación me parece razonable. Y transversal, como ahora se lleva decir. Y, sobre todo, descargaría el tema de carga política sectaria.
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