Cada día (y cada noche) hace más calor. Comienza antes a apretar la canícula, se acaba después y ya no hablamos sólo de las mediciones y esos artículos que tan cuidadosamente nos informan de records pulverizados, medias y anomalías. Esas son temperaturas, datos. No, hablamos de calor, el que se siente y se sufre. Y que hace cada vez más calor lo nota todo el mundo. Y es fruto del cambio climático producido por el ser humano, aunque Trump crea que es un invento chino, lo que prueba únicamente su nivel intelectual y ético. Desgraciadamente, muchas personas y casi todos los medios informativos aún no entienden que estas temperaturas tan altas y la creciente ausencia de lluvias, ya sea en julio, abril o enero, no es "buen tiempo", por muy agradable que pueda ser prescindir del paraguas o el abrigo durante más días. No, es muy mal tiempo y nos hace perder calidad de vida en nuestro día a día.
Es necesario hacer un esfuerzo enorme por frenar en lo posible el calentamiento global, apostando por energías renovables, reduciendo nuestro consumo y haciéndolo eficiente y justo, reforestando el mundo.... Pero ya no lo podemos evitar, ya está aquí, es una realidad con la que tendremos que vivir el resto de nuestras vidas. Y por eso, también es imprescindible tomar medidas para adaptarnos, para que vivir en estas nuevas condiciones -que seguirán empeorando y batiendo tristes records- sea lo más soportable posible. No hablamos de grandes inversiones ode infraestructuras multimillonarias como las que tanto gustan a las grandes constructoras. Hablamos de ir actuando en cada rincón, en cada calle o solar, en plazas, azoteas y colegios, con actuaciones puntuales que nos permitan seguir usando esos espacios de mayo a octubre, la nueva duración del verano, y que hagan de nuestros pueblos y ciudades espacios menos duros, menos agresivos.
Es de imaginar que la mayoría, por no decir la totalidad, de quienes lean este artículo hace lustros o décadas que no juegan en columpios, toboganes y demás instalaciones infantiles, aunque es muy posible que vayan de vez en cuando acompañando a niños o niñas, ya sean madres, padres o abuelos y abuelas. En ese caso sabrán que a partir de estas fechas, en la mayor parte de Andalucía esos parques no pueden usarse hasta muy avanzada la tarde porque suelen carecer, en muchos casos, de sombras y condiciones para su uso con seguridad. Bajo un sol inclemente, las instalaciones infantiles se deterioran, se echan a perder y, con los ayuntamientos obligados a no gastar lo que sí tienen, se quedan durante meses en estado de abandono y descuido.
Existen en nuestras ciudades y pueblos verdaderos secarrales lúdicos, diseñados desde un cómodo despacho con aire acondicionado y por gente que no se acercará nunca a jugar a ese parque, donde ni una mísera sombra o punto de agua hace posible la vida, no digamos ya la vida humana. Tenemos magníficos parques infantiles que ya no se pueden usar a partir de las doce de la mañana porque los materiales de los que están hechos queman al tacto. Así no es posible jugar en la calle. Así tenemos que encerrar aún más a nuestros niños, en casa o ludotecas, lejos del aire libre y la poca o mucha naturaleza de los parques.
Necesitamos sombra y agua en nuestros parques infantiles. Antes que nada, sombra vegetal, la más fresca y con más efectos positivos. Pero si no, cubrimientos que permitan usar los columpios todo el tiempo, fuentes que refresquen a pequeños y mayores, juegos de agua.... Centenares de personas han respaldado la petición que hace apenas unos días se abrió en Change.org para reclamar algo tan sencillo como sombra y agua para poder jugar. La petición está centrada en Córdoba, pero podríamos hablar de Sevilla, Jaén, Granada, Jerez, Antequera y seguramente también, aunque menos, las zonas de Costa. Esta petición puede y debe extenderse al conjunto de espacios de las ciudades de Andalucía donde los niños y niñas viven y juegan. ¿Cuántos colegios hay cuyo patio de recreo no es más que una torta de cemento inclemente? No sería difícil convertir una parte de esos espacios en zonas umbrías, pequeños bosquetes de sombra y frescor que serían también zonas de aprendizaje y conocimiento.
Cubrir zonas de juegos es fácil, ya está inventado, son muchas las ciudades de nuestro país que ya lo hacen. Sólo hace falta querer, porque la inversión requerida es reducida y al proteger las instalaciones se reducen los costes de mantenimiento. Igualmente, existen juegos infantiles con agua, algo habitual en parques de media Europa (la verde, la fresca) que harían mucho más agradable estar jugando por encima de 30º en el parque.
Adaptarnos al cambio climático es inevitable. Tenemos que generar espacios más amables, más frescos. Ciudades cómodas y amables para los más pequeños y vulnerables lo son para todo el mundo, incluido quienes nos visitan para conocernos. Hacer de nuestras ciudades, hoy zonas mucho más cálidas que el entorno, oasis acogedores.
Una ciudad donde se puede jugar es una ciudad mejor.
Salustiano Luque
Coportavoz EQUO Córdoba
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