Cuando se sale a empatar se corre el riesgo de perder. La Feria gana, pero no puede creer que lo va a hacer siempre sin bajar del autobús. Este jueves me he visto atrapado y sin vía posible de escapatoria, arrinconado contra el banderín de córner de la barra de una caseta, tratando de sacar el balón jugado sin fortuna. Lo impedían la física de la barra de chapa y un delantero tanque con tantas ganas de conversación como alcohol en sangre. Entre ambos, un esférico de cristal con un lleno de no hay billetes de hielo y rebujito. Por delante, noventa minutos largos de tertulia. La contienda sube y baja de nivel, alterna el juego sucio con el tiki taka, y lo mismo se escapa una patada a la espinilla que un abrazo. En la Feria las cosas son blancas o negras. Los grises no existen.
Son las cinco de la tarde y en la caseta no se cabe. Fuera, el paseo se ve animado. Hace algo de calor, pero no ahoga. Ha habido años mucho peores. Sopla además la brisa, que siempre alivia. Del otro lado de la barra me llegan ecos más propios de la mañana del 22 de diciembre que de un jueves de Feria: 321, 188, 240... Satisfago la curiosidad con un leve giro de cabeza y observo cómo una pequeña impresora con nombre de mediocentro brasileño -Epson- va escupiendo generosas cuentas. El papel ejerce de notario de la fiesta y la cuenta se convierte en una suerte de acta arbitral contra la que no cabe recurso. Parece que la cosa va bien. Me lo certifica el encargado de la barra al tiempo que -cuentas aún en mano- trata de localizar a los paganinis. “Al cierre de ayer -por el miércoles- llevamos vendidos siete mil euros más que el año pasado hasta ese mismo día”. Pero no se apiada de nadie. “Quillo, la de los 240 euros es la del tío del bigote”. Cada loco con su tema.
La Feria va transcurriendo con normalidad..., siempre y cuando se considere normal que un día sí y otro también se produzcan detenciones sobre el albero por agresiones de todo tipo, siempre que aceptemos como algo cotidiano que las sirenas de las ambulancias suenen al compás de las sirenas de los cacharritos. Si esas cosas son normales, entonces es cierto que la Feria va transcurriendo con normalidad. El Hontoria no es esa isla en la que la gente se olvida de sus cuitas diarias. Al Real se viene a veces a solucionar esas cuitas con la ayuda del alcohol. Y ese maridaje suele acarrear digestiones pesadas. La Feria es un lugar de diversión, pero no de desahogo. No es lo mismo.
El de los 188 euros ha dejado bote. La gente está que se sale del pellejo. En realidad, algunos empiezan ya a despedirse de la Feria. Nadie lo hubiera imaginado hace poco más de un cuarto de siglo, cuando el jueves suponía el inicio real de la fiesta. Pero claro, tampoco nadie hubiera supuesto entonces que hoy todo el mundo llevaría un extraño aparato añadido a su mano al que pegarle breves y continuos pellizcos. Me maravilla esa gente capaz de compartir cuatro vídeos y endiñar seis “me gusta” mientras espera sobre el tablao a que suene otra sevillana. O me apena. No estoy seguro. Lo importante no es estar en la Feria, beber o bailar. Lo importante -ahora- es contarlo para demostrar que tu felicidad supera con mucho a la de los demás. Y si se te acaba la batería antes de que enciendan el alumbrado, pues te vas a casa. Total, para pocas luces, ninguna...
Hemos llegado al descanso sin novedad. Bueno, la novedad es que en el esférico de cristal apenas han quedado los hielos. Hay copas de balón para la segunda parte. Las espadas están donde mismo los farolillos, que ahora que caigo han entremezclado ya su tono rojizo original con el amarillo del albero. Epson sigue distribuyendo juego en forma de cuentas. El jueves de Feria no da tregua.
No deja de ser paradójico que Jerez haya perdido la corrida del arte del rejoneo coincidiendo con el 50 aniversario de la dedicatoria de su Feria al caballo. Los Domecq, los Bohórquez, Moura, Vidrié, los hermanos Peralta, Hermoso de Mendoza, Buendía, Lupi... El coso de la calle Circo ha sido durante medio siglo escenario de una corrida a la que venían aficionados al toro y el caballo de toda España. Han sido muchos años jugando a empatar, y se ha terminado perdiendo.
Cuando entré -antes de que me arrinconaran en el córner de la barra- esto parecía una caseta. Ahora se han encendido luces discotequeras y la gente baila la chica ye ye, que es algo que nunca falla. Es decir eso de “búscate una chica, una chica ye ye” y perder los estribos. Pero claro, eso ocurre lo mismo en la Feria de Jerez que en cualquier festejo popular de La Mancha o el Alto Aragón. Y lo de “mi caballo camina palante y mi caballo camina patrás” tampoco es necesario asociarlo con tanta vehemencia al González Hontoria por mucho de que el tema tenga reminescencias ecuestres. Si se busca la excelencia, ese no es el camino.
Acabado el paseo, el albero empieza a llenarse de vendedores de todo y de nada, de mimos y artistas callejeros que reclaman la atención de los grupos que van y vienen todavía sin rumbo fijo. Mi partido acabó en tablas y con promesas de llamadas que no se cumplirán. Lo normal. A la Feria le quedan dos alumbrados, el de hoy y el de mañana. Se nota el peso de los días, pero para eso están los jerezanos de la diáspora y los visitantes de fin de semana, para saltar al albero y aprovechar los pocos minutos de que disponen año tras año. Es su momento. Es ahora o nunca.
La Feria de Jerez lo tiene todo para ganar, incluido lo más importante: la fe y el convencimiento de su gente, siempre entregada a la causa. Pero tiene que salir a ganar, a ganar siempre. Porque jugando a empatar, algún día puede perder.
Habrá mano dura contra las ‘casetas discoteca’
La alcaldesa, Mamen Sánchez, ha asegurado este jueves que el Gobierno adoptará medidas contra aquellas casetas que rebasen los niveles permitidos de ruido. “No se puede molestar a la caseta de al lado. Ya se han hecho advertencias, pero si hay que cerrar alguna caseta, se cerrará”, apuntó.
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