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Máquinas de andar

Para subir al callejón de categoría se le bautiza con mármol, muchos confunden coste con calidad y no siempre van de la mano

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Ando últimamente de gasolinera en gasolinera, para quedar con un amigo. Desde la radio de mi coche, atiendo a una conversación sobre los beneficios de caminar. Un médico dice que al andar nuestros pasos transmiten “impulsos de sangre” a nuestra cabeza y que ese singular golpeo es un masaje de ondas para nuestro cerebro.  Y ahora caigo que siempre que puedo “me chuto” un paseo por las mañanas para subirme las endorfinas y las ganas de hacer cosas.

La ciudad y sus calles nos pueden dar un ocio enormemente rico que no es costoso, el deporte de ir y mirar. Si perseveramos en esa actividad sin transacción comercial que es simplemente andar por la calle podemos llegar a descubrir grandes verdades. En primer lugar nos liberamos del castrante materialismo que nos hace desechar lo que no es productivo. Como decía mi amigo en aquella conversación, “ahora cuando ando por la calle, entro y salgo, me paro y veo cosas que antes no veía…” Quizá por esto las grandes multinacionales “odien nuestras ciudades mediterráneas” y quieran cargarse nuestras calles, esas por las que podemos  “andar sin comprar”, “disfrutar sin gastar”, vivir un rato sin tener que pagar y quizá… hasta pensar por cuenta propia.

Para subir al callejón de categoría se le bautiza con mármol, muchos confunden coste con calidad y no siempre van de la mano.De mi primer viaje a Paris, recuerdo la sorpresa que me produjo su contraste con Madrid. Mientras en mi tierra un betún negro con rayas sustituyó en los 70 a todos los adoquinados, en la capital de Europa reservaban la antigua piedra para los coches y a los peatones les castigaban con el asfalto. De un lugar a otro ya fuera en metro o en autobús todo terminaba siempre con una larga caminata sobre aceras negras. Más tarde descubrí que el asfalto es más flexible que la piedra, mejor para nuestro paso.  Es realmente cierto que al andar, dejamos atrás nuestros problemas. A paseo más largo, antes se hace pequeño el mayor de nuestros fracasos. ¿Por qué será que mi ciudad se me queda pequeña? ¡Qué no nos la den más con puentes, eventos y aniversarios! Exijamos más aceras:más blandas para mejor aguantarnos, más anchas para ensancharnos de amigos, más largas para estirar nuestras ideas.

No es necesario disfrazarse para caminar, ya están ahí los carnavales y la feria de agosto. Más bien al contrario es verdaderamente productivo “vestirse de normal” para mejor perderse en una calle llena de gente y así poder pasar a ese “otro lado del espejo de Alicia”que tienen algunas calles de toda gran ciudad.  También es bueno andar por la montaña, eso que ahora llaman trecking para vendernos cualquier cosa, pero prefiero la ciudad. Pienso que puede ser más sano vivir en esos lugares con mucho ruido y humos, pues tienen las mejores máquinas de andar: sus calles. Casas con calles, calles con casas,.. Lugares dónde quepa esa pregunta-respuesta, bálsamo de convivencias, tan castiza y exclusiva que sólo la gran ciudad se reserva: ¿A dónde vas?... a dar una vuelta.

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