Cierto es que cuando amanece febrero, la evasión de la realidad mediante las mascaradas, la copla y la diversión aportan ese alimento tan necesario para nuestros instintos. Conocidas son por menciones de nuestros abuelos esas mascaradas y riñas de cantes por ‘las viñas’ de Arcos durante el pasado siglo. Un bonito testimonio de esto mismo lo tiene nuestro pregonero Gerardo Medina Gómez, pues su padre, Manuel Medina Barba, fue componente de las populares murgas que alegraban tiempos de hambre y miseria en los duros e inhóspitos años cincuenta, legado a su vez de su padre Medina “El Viejo”, quien en los años treinta era uno de los grandes murguistas de nuestra localidad. Sin embargo, poco se sabe de cómo se vivían las fiestas carnavalescas en el pasado siglo XIX. Si bien no disponemos de una gran documentación, sí que es verdad que existen algunos vestigios que nos pueden dar algunas nociones del funcionamiento de dicha fiesta. Tal es el caso de los bandos publicados por la alcaldía arcense con las normas que habían de regir los días de carnaval.
Tomando como referencia las disposiciones publicadas para el carnaval arcense de hace 149 años, concretamente las publicadas el 27 de enero de 1868, podemos saber certeramente que por entonces existían comparsas y mascaradas que transitaban el pueblo, algunas haciendo un recorrido a caballo teniendo oficialmente hasta las diez de la noche para desplegar sus cantos, músicas y serenatas por la calles. Era por todos conocido la prohibición del uso de la careta en los disfraces, por lo que era indispensable llevar la cara descubierta como prevención para posibles desmanes, así como se impedía “disfrazarse con las vestiduras de los ministros de la religión y de las extinguidas [sic] órdenes religiosas, con uniformes militares y de altos funcionarios y con las insignias y con decoraciones del Estado” o hacer parodias de los mismos. El carnaval, fiesta de lo más sarcástico e impudoroso, también debía de acoger burlas y bromas pesadas ya que se prohibía que se arrojaran sobre “los transeúntes aguas sucias ó basuras, ni nada que pueda molestarles ni hacerles daño en su persona ó vestidos”.
De igual modo una práctica habitual debió ser la de lanzar saquillos y la de disparar mistos –cerillas-, cohetes y demás compuestos de pólvora”. Otra de las disposiciones censuraba la acción de “poner cojidos a las Señoras ni vestir disfraces” ni tampoco decir palabras que ofendan el pudor y la decencia. Y para quienes incumplieran dichas “prevenciones” podrían recibir multas entre uno y veinte escudos dependiendo de la gravedad del hecho.
Además de todas estas normas, un bando publicado el 14 de febrero de 1885 para las fiestas de carnaval de dicho año en Arcos también añadía que ninguna persona que fuese disfrazada podría llevar armas o espuelas aunque lo requiriera el traje que usara. Asimismo, en este bando ya se hacía mención de los bailes, es decir, el carnaval de salón, normalmente aparejado a la burguesía, al que los militares no podían asistir con espadas ni los paisanos con bastones.
Como se puede apreciar, los carnavales del último tercio del siglo XIX eran muy diferentes a los de la actualidad, aunque como bien se trasluce por sus disposiciones gubernamentales, éstas siempre bajo los cánones morales imperantes, eran unos días en los que el desapego de la rutina escribía con mayúscula la importancia de esta fiesta. Feliz Carnaval 2017.
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