Quiero saber de primera mano qué hay detrás de un título eclesiástico tan sonoro. Lejos de encontrarme con un trepa haciendo el camino de las Romas, me topo con un hombre de mirada limpia, aunque con ese algo que dan las mundologías del cargo y un mucho de aquel mal estudiante de la barriada de Fuente Olletas, entre el cementerio de San Miguel y el seminario.
Quedamos en las dependencias parroquiales de San Rafael. Puntual. Abre. Me pide que espere en una antesala que exhibe los precios de los servicios religiosos. Me sorprende que una misa gregoriana pase de los trescientos euros de vellón. Un funeral de año anda por los treinta. Y como “antes está obligación que devoción”, pues sucede que una parroquiana se me ha adelantado para pedir consejo o ayuda o vaya usted a saber, y eso para don José Luis está antes que nada. Por fin comenzamos, a bocajarro.
De exmonaguillo a arcipreste: ¿demasiados capillitas para tan pocos cristos?
— Puede dar esa sensación, y más en Andalucía, donde son los cofrades y las hermandades los responsables de canalizar la religiosidad popular, si bien es cierto que ateniéndose al mensaje de la Iglesia…
Mal vamos, dejemos la seda…
— No, si yo no tengo pelos en la lengua. Digamos que la Iglesia es una comunidad viva donde hay personas con distintas percepciones de la religión y de la realidad que nos envuelve.
¿Y?
— Que los cofrades son Iglesia, pero también lo es la Pastoral de la Salud, y Cáritas y tantas otras… O sea que lo que se les demanda a las cofradías es acercar las imágenes a la gente desde la responsabilidad de la fe. Por lo que se puede afirmar que el mundo cofrade tiene cada vez más conciencia de su papel.
Y sin embargo, padre, como le decía, a veces se siente que la Iglesia se visualiza únicamente en el protagonismo desmesurado que toman hermandades y cofradías en una pocas fechas del año.
— Habría mucho que hablar… Yo mismo, si algo he aprendido es que siempre que no se hagan los juicios desde la maldad el que los emite puede tener algo de razón. Es la Iglesia la que debe esforzarse en mostrar que su mensaje no se reduce únicamente a esa parte que tú señalas: es una parte, desde luego, pero no la única. Hubo una época en que los curas nos poníamos en frente de estas manifestaciones de religiosidad popular con cierto recelo, y ahora estamos en un momento en que la mayoría de los cofrades se sabe parte de la Iglesia y siente esa responsabilidad. Así que la Iglesia es cofrade, claro, pero dentro de un contexto espiritual mucho más amplio.
Me alegra oírselo.
— A veces, a los hermanos mayores se les olvida la tarea tan hermosa de evangelización que tienen, la responsabilidad de acercar la imagen, acercar la oración a sus hermanos.
Betis, Sevilla, la Macarena y el Cachorro, mi cofradía, mi santo, mi paso… Rivalidades un tanto paganas, la verdad.
— Por eso hay que purificar… Se es cofrade porque previamente se es cristiano. Esto de la imaginería… A mí la imagen que más me decía era un humilde Buen Pastor que hay en el seminario y que identifico con mi ministerio, sin calidades artísticas excepcionales. Ese era y es mi Cristo, como la Virgen de mi pueblo…
Callo. No he dicho que estamos en un despacho desangelado que preside un Cristo, a secas. El arcipreste, don José Luis, se ha negado a sentarse en su sillón. Tiene tablas, habilidad social que se dice. Los dos a la misma altura y mirándonos a los ojos. Tengo la seguridad de que habrá preguntado por mí, pero no está en prevenga y aguanta bien el tipo. Ni una estufilla, ni un humilde calefactor. Me da un golpecito en el hombro y digo:
¿Estamos de acuerdo, entonces, en que antropología y teología deberían buscar puntos de encuentro?
— Sin duda, sin duda. Pero ya que hablamos de antropología no podemos olvidarnos del hombre como responsable de cuidar de la Creación, del mundo que nos rodea… El Génesis.
Y el mensaje de san Francisco, padre.
— Por supuesto. Pero la naturaleza no está por encima del hombre, como las manifestaciones de religiosidad popular no pueden apropiarse de la Iglesia: es el hombre el responsable de conservar la Creación, como nos recuerda el Papa Francisco, y los cofrades deben canalizar el fervor popular con obediencia a la Iglesia. Esto es como todo, cada cosa en su justo término. Por ejemplo las redes sociales cumplen un papel positivo. Cuando se hace un uso correcto suponen un logro humano extraordinario… Pero cuando se banalizan convertimos en virales estupideces inmensas, tal vez porque, y volvemos al Papa que nos lo recuerda, vivimos en una sociedad relativista, una sociedad enferma de egoísmo, que se mueve por modas.
¿Nos quedamos con el ojo divino de la Enciclopedia Álvarez en la que yo estudié o nos rendimos al ojo del Gran Hermano de Tele5?
— Por favor… ¡Sin duda!
Bien, pues si me lo permite, traigo a colación a san Josemaría cuando dijo aquello de “os quiero santos en mitad del mundo”. Y advierto al señor arcipreste que Camino y Surco me los tengo trillados, y hasta Forja, que es más durillo.
Más durillo, repite, riéndose de buena gana, más durillo, y añade:
— Yo no los he leído tanto, te soy sincero.
Por un momento siento que el curilla afable se transforma. Sus ojillos, por más que repita que no fue buen estudiante, destilan sabiduría de Fuente Olletas: picardías de aquel niño que entró en el seminario menor sin sospechar que un buen día sería investido arcipreste de Antequera.
— Varias cosas. Llevo catorce años y medio de cura, tiempo prudencial, razonable, pero que no es mucho. Segundo, cuando hablo con curas mayores me dicen: ¡Anda que lo que te queda a ti que pasar! Nosotros lo tuvimos más fácil, pero tú… ¡Te ha tocado una época! Antes era más sencillo. Pero nuestra época es también muy hermosa, porque requiere inventiva pastoral frente a las nuevas realidades. Además, es ahora cuando vivo y cuando debo hacer presente el evangelio.
Golpea la mesa varias veces, suavemente. Retomamos el mensaje de “vivir la santidad”, y me dice:
— Pero José Luis hombre, a su modo y en su sitio, debe vivir el mensaje de la Iglesia desde el respeto al mensaje de Cristo, viendo al prójimo con amor y sin voces, como lo que es: hijo de Dios. En una palabra, el arcipreste José Luis y cada cristiano deben aprovechar las oportunidades que el día a día les presenta para avanzar hacia la santidad, haciendo el bien.
Pero admita que es muy difícil en medio del mundo argumentar desde los dogmas de la Iglesia.
— No te quito la razón, pero el dogma, pese a las dificultades del ambiente, no pierde el sentido. Cuando tropezamos, volvemos los ojos a la norma y otra vez al camino… Es Jesucristo quien da sentido a la vida del cristiano. San Juan: estar en el mundo pero sin ser del mundo.
Tiro de san Juan y le pongo frente Cáritas. ¿Somos en Ronda generosos o pelín cicateros?
— De entrada, los fieles son muy generosos con Cáritas, pero no podemos quedarnos ahí. Cáritas tiene que ir más allá, no conformarse con hacer fieles generosos, al menos no únicamente. Cáritas es la mano de una comunidad, la Iglesia, vaya, que atiende al que más sufre, pero como meros gestores… No me gusta la palabra gestor, como no me gustan los políticos gestores, sino que abogo más por la vocación. Cáritas “gestiona” –entre comillas- la visualización del dolor de los que más sufren, pero debe reflexionar sobre el perfil actual del pobre, que ha cambiado mucho y que… Mira, hoy hay pobres obesos por culpa de la comida rápida y que además se entrampan por el último modelo de móvil. ¿Pobres? Desde luego. Pero Cáritas debe reflexionar sobre esto.
De acuerdo, padre, pero mi madre nos decía que llevásemos una moneda de veinte duros, que la diésemos sin exigir que no se fuese en vino.
—Sin duda. Haz caridad y confía en tu hermano.
¿Se puede afirmar, entonces, que la salvación no se logra sólo con la caridad y que la Iglesia no sólo es Cáritas? Lo digo, porque si no los banqueros rumbosos irían todos al cielo…
— No es eso.
Afírmelo usted.
— La salvación nunca se podrá alcanzar con dinero, pero seré más claro. Cáritas canaliza la caridad de una comunidad, pero la caridad de una comunidad es mucho más que Cáritas.
De acuerdo.
— Cáritas desarrolla una misión fundamental en la Iglesia, que no es poco gestionar, y repito que no me gusta la palabra, los recursos que tan generosamente se ponen en sus manos para que lleguen donde más falta hace.
Y siempre desde la realidad de que el que recibe la ayuda es un ser libre, pobre pero libre… Le damos, pero lo que él haga con los veinte duros es cosa suya.
— Evidentemente. Pero estas afirmaciones son muy peligrosas sacadas de contexto. Hay que atemperarlas.
Bien. ¿Y esto del arciprestazgo, tanta responsabilidad, no es un peso excesivo, y más en una comarca con la historia de la Serranía? No le preguntaré por lo que hace sino por lo que no hace, pues por lo que he podido ver antes, hace de todo y a cualquier hora. ¿Qué funciones desempeña? ¿Cómo se les elige…?
— Mira, Ángel, a mi me gustaría ponerte en antecedentes. Don Antonio, recién ordenado, me mandó a Antequera.
¿Se refiere al obispo Dorado?
— Sí, claro. Él fue en que me llevó a Antequera, a las parroquias de san Juan y san Miguel. A los dos años, con veintiocho, don Antonio decide hacerme arcipreste. Yo era un cura feliz siempre cerca de mis feligreses y para nada deseaba meterme en alturas. Escribí una carta manuscrita, larguísima, donde renunciaba al cargo que se me ofrecía, pues no me veía con capacidades ni con edad para dar respuesta a curas excepcionales de setenta y más años. Siguió el silencio, hasta que a la salida de un encuentro de curas noveles en las puertas de las Nazarenas, se me aproximó don Antonio, me dio una palmadita en la espalda y me dijo: Muy bien, muy bien, tú no quieras, pero de arcipreste vas a seguir.
No está mal, el más joven al mando… Algo vería aquel obispo que tenía fama de largo.
— ¡Hombre! Así que a estudiar. Me puse a prepararme los cánones que recogen las funciones de un arcipreste, que son tan curiosas como velar por los vasos sagrados, el cuidado espiritual de los sacerdotes, que es muy importante, y ahora, más recientemente, tareas de coordinación entre las distintas parroquias… En mi caso, trato de propiciar encuentros sacerdotales, tanto para formación como para exponer las problemáticas de las parroquias, marcando líneas de trabajo comunes.
Entonces…
— El arciprestazgo forma parte de la diócesis, está por encima de la parroquia, pero ojito, sin eliminar a la parroquia. Lo que hace es potenciar la parroquia y ayudar a lo que éstas por si solas no podrían. Además, desde que llega don Jesús, están las confirmaciones, los prepuestos y gastos extraordinarios, los retiros espirituales de los sacerdotes…
¿Cardenal o don Camilo?
— ¡Don Camilo, por Dios! A mí lo que me tira es la calle. Dicen que los primeros amores no se olvidan. Y es verdad. Yo no puedo olvidar las dos parroquias que llevé en Antequera. Cada una era de una manera, pero las dos eran lindas. Me permitían estar con la gente, vivir sus problemas… Y eso me gustaría también aquí, en San Cristóbal, tener más tiempo y poder dedicar más horas a la calle.
Todo eso está muy bien, pero yo recuerdo un presidente que desconocía el precio de un café. ¿Cuántos curas hay en el arciprestazgo?
— Doce.
¿Con seguridad plena?
— Doce y un diácono.
Pues ya tenía yo ganas de decirle a alguien con mando en plaza sino le parece cansino que los curas de la Serranía digan dos, tres y hasta cuatro misas diarias, más lo que venga, procesiones, funerales... Con la que está cayendo, le pido que al menos usted me los defienda.
— ¡Desde luego! Pero olvidas que yo antes que arcipreste, y sobre todo, soy cura. El 8, la Inmaculada, misa en Alpandeire, procesión en Faraján, luego San Cristóbal. Un cura como todos ellos. ¡Es que la Iglesia ha cambiado que no veas!
Bien, pues me quedo más tranquilo sabiendo que no sólo los valora sino que comparte fatigas. El ejemplo… Me confieso fan de los Reyes Magos, ¿y usted?
— Creo, creo...
¿De verdad?
— Firmemente. Es curioso que los primeros que visitan al Niño sean los más humildes, los pastores, y después aquellos tres hombres sabios que reconocen al Mesías pese a ser gentiles y desconocer la tradición judaica. Su regalo es su fe en que el Niño es Dios. Por eso en los regalos que hacemos hay que propiciar una acción de gracias…
Su respuesta cuestiona el consumismo desenfrenado, y me alegra.
— Claro.
Por cierto, a traición: ¿cómo se explica el poco mando que la mujer tiene en la Iglesia? Da la sensación de que se la excluye.
— En absoluto. La mujer en la Iglesia manda, y mucho.
Santa Teresa, la santa de Calcuta… Excepciones. No me sirve el argumento. Lo cierto es que tienen vetada la consagración, que es el ser de la Iglesia. Vamos, que tiene que ser un hombre el que convierta el pan y el vino en alimento espiritual. Tampoco pueden confesar.
— Vayamos despacio…
Padre, la Iglesia ha abierto las puertas a los homosexuales, a los divorciados, perdona el aborto, pero pese a los aciertos aperturistas del Vaticano II, se cierra en banda a dos temas que algunos cristianos no acaban de entender: la admisión de la mujer en el sacerdocio y el matrimonio de los curas.
— Despacio, despacio, que eso tiene un rato. No creo que el papa Francisco vaya a cambiar esa parte, pero es que, además, el sacerdote en tanto que hombre es un mero administrador de un sacramento, ministro de Cristo. Y Cristo fue hombre…
No me sirve.
— Pero eso no me hace ser superior a la mujer ni me pone por encima… Me rechina el machismo, pero la Iglesia entiende que quien consagra es Cristo por mano de hombre, en tanto que ministro. La mujer cumple papeles en la Iglesia de primer orden. Papeles importantísimos y valientes.
Ponen a la mujer en lo más alto, sí… Bastaría ver el fervor y el sometimiento del fiel ante la Virgen de Fátima, mujer, madre de Cristo, pero no puede consagrar. En fin, ¿Juan Pablo, Benedicto o Francisco?
— Los tres.
¡Touché! Picardía de arcipreste.
— Pero si es que es verdad. Cada uno a su modo ha contribuido a hacer una Iglesia más cercana a las personas, una Iglesia en el mundo. ¡Y qué nivel! Porque son tres tíos totalmente diferentes, pero cada uno a su modo hizo y hace una Iglesia más próxima, ya digo…
Pasa de la hora. Sigue el frío. No encuentro manera de poner fin a una conversación que no sé cómo vamos a meter en dos páginas. Tengo licencia, palabra de arcipreste, para hacer lo que guste. Se agradece la confianza.
¿Y lo de la “llamada” cómo fue? Ya me ha dijo que no hubo un Saulo cayendo al suelo, que lo suyo fue un proceso lento hasta que un buen día entendió que este era su camino. Y se lo pregunto como un exmonaguillo que nunca escuchó llamada alguna.
— Te lo voy a contar con pelos y señales desde mi experiencia.
Y me cuenta que lo que más le gustaba del seminario menor era que le daban pan con mantequilla en la merienda. Que repitió 8º de EGB, Religión incluida. Habla con cariño de aquellos días y recuerda que fue el actual deán de la catedral de Málaga, Antonio Aguilera, el que le propuso ingresar en el seminario mayor. No tiene apuro en reconocer sus limitaciones académicas, y me dice que era para verlo en la capilla. Me habla de su indisciplina, de lo poco beato que era, y apunta que gracias al apoyo de personas como el vicario y deán de la catedral por aquellos entonces, Alfonso Fernández Casamayor — “que algo vería en mí, porque me aguantó tela marinera”— o los formadores — “que no veas, los pobres, las que les daba”— la llamada no fue un ¡pam!, sino que en un momento determinado, en oración, siente que su camino es el sacerdocio. Y en ese momento, en el paso de 5º a 6º es cuando lo ve claro. Antes no. Y sigue diciendo:
— Pero eso no es una garantía de nada. Ese camino se inicia y hay que perseverar en él toda una vida… Luchar, tratando de cerrar el paso al pecado, entregándote de corazón a los demás.
Hablando de pecado, ¿veremos a los curas casados?
— No lo sé. Qué quieres que te diga. Desde mi experiencia personal reconozco que las obligaciones que supone una familia son difícilmente conciliables con el ministerio del sacerdocio, que te exige entrega a tiempo completo. A mí al menos me educaron así. El ministerio que me presentaron y el cual yo elegí libremente es éste, el que vivo, y no lo veo factible con las obligaciones del matrimonio cristiano.
Vamos a ir cerrando. Le cuento. Hace unos días paseaba por el callejón de Mondragón, escuché rezar a las monjas y sentí un algo, como una especie de alegría al saber que alguien conserva la fe, la ingenuidad si se me permite, la devoción de rezar a las ocho y media… ¿No ofrece tranquilidad sentir la fe reflejada en las vocecitas de aquellas monjas? Tal vez la oración, como decía Juan Pablo, sea el arma más poderosa frente a los problemas del mundo.
— Como esto es una entrevista personal, a mi persona vamos, yo quiero…
Y lo que quiero yo es saber qué siente usted en un momento así.
— Me reconozco persona muy racional, aunque he aprendido que la devoción acerca mucho a Dios. Y la mujer trata a Jesucristo con unos modos, un amor tan profundo que sobrecoge, ciertamente. Me quedo alucinado y yo quisiera tener un poquito de esa sensibilidad. Pero sin caer en sensiblerías excesivas que confunden la fe con la beatería. Devoción admirable, pero, en mi caso, como te digo, me hace falta la calle, el activismo… Reconozco que a veces me reprocho no ser un poquito menos racional y dejar volar los sentimientos.
Pies en tierra: con Hacienda hemos topado: IBI y patrimonio. Como sabe hay formaciones políticas que exigen que la Iglesia pague el IBI de sus inmuebles. ¿Qué me dice?
— Aplíquese la norma que delimita las relaciones entre el Estado y la Iglesia, sin injerencias… La Iglesia en su sitio y el Estado en el suyo, desde la lealtad y a las claras, que se reconozca el trabajo de todos. La Iglesia no es el centro de la sociedad, pero cumple un papel importante…
Padre, el IBI…
— Bien. Es que hay muchas cosas que se están manteniendo gracias a la Iglesia. Los templos no son algo exclusivo de la Iglesia sino que los disfrutamos todos.
¿Está de acuerdo, entonces, con que el patrimonio artístico de ustedes es de todos, incluida la Iglesia? ¿O es de la Iglesia y los disfruta todo el mundo?
— Yo creo que es más bien lo segundo. Desde la tolerancia, con mucho respeto e independencia mutua. Lo sabio es trabajar todos unidos, sabiendo que cada uno, sea Gobierno, sea Iglesia, cumple su papel.
—Y cierro con una acusación. ¿Por qué se ha silenciado, por qué se ha consentido, por qué Europa, Occidente, ha mirado a otro lado cuando veía cómo el extremismo más radical perseguía, degollaba, quemaba y eliminaba a las minorías cristianas en Oriente Medio?
-Y yo respondo con otra pregunta, Ángel. ¿No será que Europa es una anciana rica que no ve más allá de su dinero? Aquello ha sido el martirio en masa de miles y miles de cristianos sólo por ser cristianos. Ahí es donde hay que aplicar el concepto de libertad religiosa.
El becerro de oro. El mundo está enfermo, cierto. ¿Y la serranía, su Iglesia, como anda de salud? ¿Se llenan las iglesias? ¿Hay vocaciones, hay mucha devoción…?
— No nos podemos llamar a engaño: la Iglesia de la Serranía está sufriendo una profunda transformación como consecuencia de una severa despoblación, y eso reduce el número de fieles, lógicamente. A lo que hay que añadir una gran dispersión. Hemos pasado de que los sacerdotes llevasen dos pueblos a que tengan cuatro. Así el trabajo pastoral no se hace como se desearía, pero pese a todo nuestra presencia es un signo de algo. Aunque se vayan los servicios sociales, aunque se vayan las entidades bancarias, el último en irse debe ser el cura. El cual debe estar con la gente y escuchar sus problemas llevando la palabra de Dios y la esperanza.
Así sea.
— Y Dios lo quiera.
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