El 8 de enero de 2008, Fair Leonardo Porras Bernal, un joven discapacitado de 26 años, desapareció de su hogar en Soacha, Colombia. Tras ocho meses de búsqueda, su cadáver fue encontrado en una fosa común: había sido asesinado apenas cuatro días después de su desaparición por el ejército colombiano, que confirmó que había sido abatido en combate tras ser identificado como miembro de las FARC.
“Mi hijo tenía el brazo derecho inmovilizado, ¿cómo iba a poder manejar un arma?”Fair Leonardo tenía una discapacidad mental y el brazo y la pierna derecha paralizados por un accidente de tráfico, ocurrido cuando su madre tenía cinco meses de embarazo, que le provocó severas lesiones en el cerebro: el niño nació prematuro. Pero el ejército aseguraba que era un dirigente guerrillero y que en su mano derecha portaba una pistola que había sido disparada, pese a que era el brazo que no podía utilizar.
Si su caso ha llegado se nos ha hecho próximo estos días no se debe solo al aún vigente proceso de paz en su país, sino porque su madre, Luz Marina Bernal, hizo de su muerte una causa compartida con otras muchas mujeres colombianas que han perdido a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres, en similares circunstancias durante los últimos años. “Yo parí a mi hijo, pero él me parió para la lucha”, sentencia inspiradora Luz Marina, que lleva todo el mes de noviembre en la provincia de Cádiz; en primer lugar, invitada por el FIT de Cádiz para poner en escena en el Festival la obra de teatro de la compañía con la que recorre todo el mundo y, en segundo lugar, acompañada por Oxfam Intermón, que ha organizado una serie de encuentros para dar a conocer su lucha, que es la de la defensa de los derechos humanos y la del triunfo de la paz en su país.
“Estoy sorprendida por ver el apoyo incondicional que me están brindando. He venido para mostrar la verdad de lo que sucede en mi país y la primera reacción de las personas que han acudido a los encuentros ha sido decirme: Esto no nos lo muestran los medios colombianos. Allí no lo cuentan, distorsionan la verdad, y yo puedo contar mi experiencia, como víctima de crímenes de estado, contar lo que pasa realmente, y se quedan sorprendidos”.
“Mi hijo me acompañó durante 26 años, era un niño en un cuerpo grande. Su mentalidad llegó hasta los 8 años. Lo asesinaron y lo hicieron pasar por jefe de una asociación narco terrorista, que es el sistema que utilizan en Colombia, no solo con mi hijo sino con más de seis mil ejecuciones extrajudiciales, y eso es lo que me llevó a denunciar al mundo la política sistemática que se lleva a cabo en mi país desde hace años”, expone.
Luz Marina relata que el origen de este drama, sumado a los casi sesenta años de conflicto armado que ha atravesado su país hasta ahora, se encuentra en el ahora expresidente Alvaro Uribe. “Uribe creó una ministerial que remunera ampliamente a los militares para que presenten grandes bajas en comb ate, y les pagan por los resultados obtenidos. Lo que hacen es ofrecer dinero a los chicos para que vayan a trabajar a los campos y, engañados, creen que existe ese trabajo, pero los asesinan y se benefician por cada muerte que suman. Ocurre con gente indígena afrocampesina, con hijos de familias menos favorecidas, con mujeres cabezas de hogar. Ni son políticos, ni sindicalistas, son chicos engañados, y esos son los resultados que presenta el ejército mostrándole al país los grandes combates que realiza el ejército, pero son jóvenes que ni siquiera han portado un arma en sus manos”, denuncia.
Luz Marina recuerda que el momento clave para iniciar su labor de denuncia llegó el día en que Uribe dijo públicamente que los jóvenes de Soacha “no se fueron precisamente a recolectar café, sino con propósitos delincuenciales. Eso me llevó como madre a mostrarle a mi país y al mundo entero que mi hijo no era delincuente, que tenía una deficiencia en su mano derecha y por tanto no pudo manipular un arma. Así como yo hay miles de madres, hijas, hermanas, buscando como contar esa verdad. Yo he dado lo que me queda de vida para mostrar un real cambio en el país dejando una herencia que sea la de no más conflictos, destejer una guerra y tejer la paz que nuestra generación necesita. Tengo cinco nietos y me daría mucha pena que vivieran 60 años más de guerra”.
En Colombia, resalta, la voz de las mujeres “es muy fuerte, la mayoría de las organizaciones son femeninas y nos unimos para pedir un cambio, y apostamos y decimos que el proceso de paz en Colombia sin las mujeres no va”. De hecho, Luz Marina llegó a participar activamente en la negociación del proceso de paz. “Eligieron a 60 personas, entre ellas mujeres muy comprometidas, y fuimos a La Habana para exponer nuestras propuestas. Llegamos a un acuerdo el 26 de septiembre, pero después de la firma Santos planteó el plebiscito, que nunca debió haber sucedido, y con el que permitió también que quienes negaban el proceso ganaran”, lamenta.
En su opinión, Santos “no debía haber firmado el acuerdo antes del plebiscito, sino después de invitar a votar, pero es lo que tenemos. Ahora hay en marcha la redacción de un segundo acuerdo y el centro democrático se está oponiendo, a ver qué sorpersas nos dan”, relata con cierto escepticismo, después de recordar que el día del referéndum se encontraba en Canadá con su grupo de teatro: “Cuando recibimos la noticia fue tremendo”.
En la lucha que desarrolla actualmente también juega un papel destacado el arte, a través del teatro. “Alvaro Uribe en 2009 nos cerró los medios de comunicación y Patricia Ariza, una mujer que hace teatro y defiende los derechos humanos, nos invitó a participar en el proyecto Mujeres en la plaza, que cuenta con más de 350. De ahí surge un proyecto de fusión entre actrices profesionales y nosotros las víctimas. Representamos Antígona, tribunal de mujeres -la obra con la que han recalado en Cádiz- para mostrar al público el perfil de la violencia en Colombia. Es triste y dolorosa, pero hay que mostrar esa realidad”.
Gracias al teatro y a su contacto con el arte, “descubrimos algo interno y nos convertimos en poetas, cantantes, grafiteras, creadoras, y el teatro nos permite llegar al mundo con nuestro mensaje”.
Y ese mensaje viene marcado por el dolor, pero es un dolor que “podemos compartirlo con los demás, porque cuando dejemos de hablar de nuestros familiares -en alusión directa al caso de su hijo-, ellos morirán. Mientras tengamos la memoria viva podemos mantenerlos vivos, pero hay que seguir luchando para encontrar a los desaparecidos y no callarnos. No podemos permitir que sigan vulnerando nuestros derechos”, concluye convencida del triunfo de la verdad, y también del de la paz.
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