Tras 40 años en política, cinco de ellos en su añorado Elíseo, el incombustible Nicolas Sarkozy afronta su penúltima batalla, la reconquista de la Presidencia que abandonó en 2012, lo que le convertiría en el único jefe de Estado reelegido en Francia tras haber abandonado el cargo desde la II Guerra Mundial.
Ese rasgo define bien la personalidad de este abogado de 61 años, dotado de una ambición sin límites y de un olfato político extraordinario del que nadie osa decir que una derrota en las primarias del centro-derecha pondría fin a su longeva carrera.
Sobre todo porque a lo largo de los años, los reveses, lejos de tumbarle, le han confrontado en su mesiánica fe en sus posibilidades.
La vida de Sarkozy se resume en una constante lucha por el poder pese a las circunstancias, que no abandonó cuando los franceses le convirtieron en 2012 en solo el segundo presidente que perdía la reelección desde que ese cargo se elige con sufragio directo.
Tras dos años apartado de la primera línea política, Sarkozy regresó para liderar al partido conservador Los Republicanos con el mal disimulado fin de volver a presidir el país.
Y en tres meses de campaña en las primarias de su partido ha sobrevivido a las encuestas y a las investigaciones judiciales para afrontar la recta final con opciones de victoria.
Una metáfora de este "bregador" de la política, formado en las faldas de Jacques Chirac, a quien se apegó en 1975 y de quien se distanció 20 años más tarde para, tras una dura travesía del desierto, combatirle de forma encarnizada a partir de 2002 en busca del poder.
Lo conquistó en 2007 frente a la socialista Ségolène Royal, tras haberse confeccionado un traje de derechista sin complejos, hombre de la ruptura frente a la moderación "chiraquiana", que le permitió ganar buena parte de los votos de la ultraderecha que cinco años atrás habían aupado a Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta de las presidenciales.
Una vez en el Elíseo, Sarkozy propulsó una política conservadora, anestesió a los sindicatos imponiendo los servicios mínimos en la función pública, lo que le permitió reformar las pensiones y los salarios sin tener que afrontar duras protestas en la calle.
Pero la crisis económica que estalló en el mundo en 2008 restó lustre a sus reformas, incluso para el electorado más derechista, y atenazó sus proyectos.
En una nueva pirueta, Sarkozy prometió "refundar el capitalismo", pero apenas fue más allá de dar la imagen de un presidente hiperactivo que corría a apagar incendios.
A lo que sumaba su fama de presidente adepto al "papel cuché", cercano a los adinerados, que casaba mal con el rol que aseguraba encarnar de defensor del trabajo, el esfuerzo y la responsabilidad.
Todo ello desembocó en una dolorosa derrota frente al socialista François Hollande tras una campaña en la que Sarkozy se acercó a los postulados ultraderechistas.
La estigmatización de la inmigración, el afianzamiento de la identidad francesa, cristiana y europea, el repliegue interior y el refuerzo de las fronteras, han marcado desde entonces al político, convertido en un halcón derechista dentro de su propio partido.
Es el último giro en una carrera marcada por el pragmatismo de este abogado y diplomado en ciencias políticas nacido en París en 1955 en el seno de una familia aristocrática de origen húngaro, criado por su madre, hija de una judía de Salónica, y por sus abuelos.
Con 28 años fue alcalde de la burguesa localidad de Neully-sur-Seine, a las afueras de París (1983-2002), diputado con 33 y ministro de Presupuesto con 38 (1993-1995), un ascenso que se truncó cuando en 1995 optó por la candidatura presidencial de Edouard Balladur frente a la de su mentor Chirac.
Una "traición" que le valió un largo exilio político en el apenas tuvo visibilidad a nivel nacional y le distanció para siempre de Chirac, que solo le permitió regresar cuando en 2002 necesitó su tirón electoral, su lenguaje franco y sus maneras llanas, alejadas de las élites que tradicionalmente han gobernado el país.
Sarkozy aprovechó esa oportunidad para galvanizar su imagen de hombre de Estado, tanto desde el puesto de Ministro del Interior (2002-2004 y 2005-2007) como desde el de Finanzas (2005), y presentarse como una alternativa a los doce años de mandato de Chirac, pese a haber sido el número dos de su Gobierno.
Un trampolín que le llevó a la cumbre de su gloria, a la que ahora pretende retornar.
Casado tres veces, la última con la exmodelo y cantante de origen italiano Carla Bruni, padre de cuatro hijos, abuelo, Sarkozy no ha dudado en mediatizar su vida privada para reforzar su imagen presidencial.
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