—Recuerde su niñez e infancia.
—Nací en el 1937 en Ceuta. Mi padre tenía un barquito de pesca. Éramos nueve hermanos y quedamos siete. Fue una infancia feliz y Ceuta era una perla. Nos conocíamos todos y estábamos en familia. Había muchas necesidades después de la posguerra. Fui al colegio hasta los 15 años.
—¿Qué hizo después?
—Me embarqué con mi padre y estuve dos o tres años haciendo la pesca de cerco. Cuando cumplí los 18 años me saqué el título de Mecánico Naval, el de Radio y otros más relacionados con el mundo del mar, los que me sirvieron para ingresar en el Servicio de Vigilancia Aduanera.
—¿Hizo el Servicio Militar?
—En la Marina de Guerra en Ceuta, Cartagena e Italia. Fue bastante buena porque no me arrestaron nunca teniendo muy buenas relaciones con los compañeros y superiores. Tenía cargos en el Lepanto. Posteriormente estuve embarcado en el Miguel de Cervantes y en el dragaminas Navia.
—Una vez licenciado, ¿qué rumbo tomó?
—Cuando llegué a casa no sabía lo que hacer porque no quería la pesca. Empecé a estudiar para la Guardia Civil, aprobando, pero aquel año no abrieron la academia. Y como me salió lo de Aduana presenté toda la documentación y me aprobaron, destinándome a Algeciras, donde he permanecido siempre.
—¿Qué es lo que se encontró al cruzar el Charco?
—Algeciras era bonita, pero muy distinta a Ceuta. Me casé, nacieron mis hijos, se bautizaron, crecieron y los mandé a estudiar a los Salesianos. Vivía alquilado en Cristóbal Colón, pagando 30 duros, siendo una barbaridad, pero me dieron una casita del sindicato vertical en La Piñera de unos 60 metros. Mi primer sueldo fue de 1.225 pesetas mensuales, y de ahí había que pagarlo todo, pero hambre no pasamos ninguna, porque teníamos una ventajitas. El Gobierno tenía estipulado un 33% para las dotaciones de los barcos de lo que se cogiera, siendo un alivio para nosotros.
—¿Recuerda el primer barco donde prestó servicios?
—Era un barquito de velas de ocho metros que se llamaba B.2, salíamos a la Bahía y algo siempre se cogía. A los pocos meses vino un barco de Canarias llamado Milano, donde me tiré un montón de años cogiéndose bastante tabaco. Todos los barcos tenían nombres de aves de presa. Posteriormente, cuando comenzó la era de la droga, todos los días se cogían pateras llenas de ellas. Eso era todas las noches, y había veces que cogíamos hasta 200 personas.
—¿Otros patrulleros donde prestara servicios?
—Después estuve en el Albatro, que era un patrullero grande que andaba unos 30 nudos. Después, me mandaron durante tres meses en comisión de servicio a Asturias, y estrené el barco Gavilán III. Hicimos buenas aprehensiones, pero estaba deseando venirme para aquí.
—¿Expediente intachable?
—Mi expediente es excelente, y poco antes de jubilarme me concedieron un diploma y una Medalla de Oro por los servicios prestados. Por las aprehensiones teníamos felicitaciones del Ministro de Hacienda y de los Gobernadores.
—¿Cómo transcurrían los servicios?
—Hacía mi guardia de tres o cuatro horas, y después a descansar estando preparado por si había alguna alarma. Hubo una época que trabajábamos por semanas al tener una lancha la vigilancia y la otra semana la otra.
—Esa semana embarcado sería muy dura...
—No veas. Embarcado a todas horas de aquí para allá. Nos salían hasta escamas, jajjaja.
—¿El Servicio de Vigilancia Aduanera ha sido absorbido por la Guardia Civil?
—Al principio nos molestó un poco, al entrar el Servicio de la Guardia Civil del Mar. Nosotros íbamos reduciendo las plantillas. Pero aún se sigue realizando ese servicio por parte de nosotros.
—¿Alguna vez se ha caído al mar?
—En Sotogrande una vez fui a saltar de la lancha a una zódiac para detener a unos contrabandistas que llevaban droga y me caí al agua. Me quité toda la ropa, el correaje y la pistola quedándome como mi madre me trajo al mundo. Empecé a nadar hasta que me vieron mis compañeros con el foco.
—¿Ha vivido la pérdida de algún compañero?
—En Santa Pola murió un compañero que se llamaba José Salado Serrano. Fue hace unos veintitantos años, y cada día lo recuerdo como si fuera ayer. Murió en acto de servicio, en un abordaje que hicimos, porque no querían parar. Él se cayó entre los dos barcos, y no pudimos hacer nada para salvarlo porque se fue al fondo corriendo.
—¿Si volviera atrás, volvería a hacer lo mismo?
—Sería lo mismo porque me ha gustado mucho mi trabajo, aunque la mar no es buena. Nosotros siempre estábamos cerca de la costa. La mar ha sido para mí todo, porque de ella he vivido y he criado a mis hijos.
—¿Algún hijo ha seguido sus pasos?
—Mi hijo Víctor, el que estuvo unos doce años, pero ha pedido la excedencia y se ha ido.
—Descríbame aquella Bahía de Algeciras de principios de los sesenta.
—Aquella Bahía era un paraíso natural totalmente limpio. No había luces y una noche estrellada era maravillosa. El agua de la playa de El Rinconcillo estaba para bebérsela, limpia y transparente, totalmente virgen. La gente metía las manos en la arena y sacaban coquinas y almejas.
—Hoy no se le ocurra meter la mano porque sacará un condón o un zoruño.
—Jajaja, no, por supuesto que no. Si se mete la mano ahora sabe Dios lo que puedes sacar, porque hoy está todo sucio y contaminado.
—Es una pena, porque la Bahía está llena de diques, empresas contaminantes y contenedores.
—Si vas por allí abajo, te darás cuenta que cada vez la marea está más alta. Llegará un día que tendrán que poner dos metros de alto por encima de los diques que hay. Porque cuanto más van robándole espacio al mar, la marea va para arriba.
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