Este miércoles 22 de septiembre se celebra el Día Mundial del Alzheimer, una enfermedad más que frecuente en estos tiempos; hecho atribuible al aumento de la esperanza de vida. Arcos dispone de su propia asociación que intenta aglutinar a familiares y enfermos; un colectivo nacido hace ya dos años y que cuenta con una cierta infraestructura y sus primeros servicios, entre los que se encuentra los de la joven psicóloga Clara Millán de la Barrera.
Desde diciembre pasado forma parte del equipo de la asociación. Cuéntenos su experiencia.
—La asociación, que llevaba entonces relativamente poco tiempo trabajando, necesitaba una psicóloga voluntaria. Me siento sensibilizada con el tema y conozco el ámbito de la enfermedad, así que no me lo pensé y me presenté.
No cabía que en una ciudad como Arcos, con casi 32.000 habitantes, no existiera una asociación que trabajara con enfermos de Alzheimer...
—La asociación empezó en febrero del año anterior. Ya impartía talleres de estimulación cognitiva y ha aumentado bastante el número de usuarios, lo cual quiere decir que el mensaje de la asociación está llegando a más gente. Es una pena que existan estas asociaciones, pero siempre intentamos ayudar tanto al usuario como a los familiares porque es una enfermedad que desgasta mucho el entorno del enfermo.
Especialmente motivada con el Alzheimer...
—Sí, pues tengo un caso en la familia. Profesionalmente no tenía mucha experiencia, pero sí a la hora de cuidar a una persona allegada y de asistirla. Por eso, digo, me siento muy sensibilizada con este tema. Poco a poco me fui haciendo con los usuarios, los familiares, con los talleres, la forma de trabajar... Ahora me siendo muy adaptada, pues llevo casi un año trabajando con AFA Arcos. El tiempo pasa volando, estoy muy contenta y esperemos que esto siga adelante.
Decía hace unos día la secretaria de AFA, Ana Temblador, que la actual sede de la asociación, en el centro de día San Miguel, es muy digna pero que se queda pequeña para proyectos como la creación de un centro sanitario...
—Sí, ya que la idea es tener un centro propio, donde se pudiera atender todo el día al usuario. Pero no tenemos los medios económicos necesarios todavía, no sabemos en un futuro... Ahora mismo contamos con dos salones cedidos por el Ayuntamiento en el centro de día, donde impartimos los talleres de estimulación cognitiva, así como un despacho para los asuntos administrativos y donde estamos la trabajadora social y yo para atender a algún familiar o usuario.
Al margen de estos talleres de estimulación para los enfermos, ¿qué otros servicios prestan?
—Tenemos un servicio de información permanente para las familias, grupos de autoayuda para compartir experiencias, etc. Trabajamos con personas que tienen la enfermedad más o menos avanzada, y aunque cada caso sea distinto los familiares se pueden ayudar entre ellos. Otra de las ideas que barajamos es la puesta en marcha de un taller para las familias, para que mejoren sus cuidados al enfermo en el día a día en su propio domicilio. La intención es trabajar con las funciones que se van perdiendo a medida que avanza la enfermedad, para que el enfermo retrase en la medida de los posible la pérdida de memoria u otras capacidades.
Clara, ¿cuál debe ser la actitud de una familia donde se produce un caso de Alzheimer?
—Cuando se diagnostica la enfermedad se produce un momento muy complicado. Todo el mundo no se lo toma igual, pero cuesta mucho trabajo convivir con el hecho de que una persona va perdiendo poco a poco su identidad: su nombre, la memoria, la atención, los problemas físicos... Hay quienes piensan que traer a la asociación a un enfermo de Alzheimer es sinónimo de abandono, y no es así, sino todo lo contrario. Yo invito a las familias que tengan algún caso a que nos visiten, se informen, conozca nuestros servicios, los talleres que desarrollamos de 10.30 a 13.30 horas, etc.
Y esos talleres, ¿amortiguan de alguna manera los efectos de la enfermedad, tanto en el enfermo como en el familiar?
—Sólo en el enfermo, pues son talleres para enfermos. Se realizan ejercicios para retrasar o aminorar la pérdida. Por citar un ejemplo, se trata que un enfermo pierda la memoria en tres años y no en un uno solo.
¿ Y ahí qué papel juega la psicóloga?
—Organizo los talleres, los cuales tienen dos grupos: las personas que están empezando a desarrollar la enfermedad y las que la tienen más avanzada. Yo me encargo del segundo grupo; preparo las fichas, los ejercicios, los temas que se trabajan día a día. Hoy por ejemplo tratamos el lenguaje, la memoria, los ejercicios con las manos para no perder movilidad, etc. También hacemos psicomotricidad y ejercicios físicos muy leves y fáciles para que puedan ser normalmente realizados por estas personas. También solemos trabajar la lectura, la orientación y otros aspectos del ser humano cuyas facultades se pierden con el Alzheimer.
Supongo que en la atención del Alzheimer hay un factor clave de la relación familiar-enfermo: la paciencia...
—Claro, hay que tener mucha paciencia porque un enfermo te hace veinte veces la misma pregunta... Sin embargo, hay que contestarle como si fuera la primera vez que formulara la pregunta. No se le debe hablar en tono agresivo, con desaires, ni ponernos nerviosos porque lo notan perfectamente.
Es decir, que a pesar de la enfermedad captan perfectamente los sentimientos...
—Incluso son personas más sensibles a los sentimientos que el resto de personas no enfermas. Son personas cariñosas que aprecian especialmente un abrazo y un beso. El cariño, como casi siempre, es muy importante. Hay casos de agresividad, pero hay que mantener la calma y hacer cosas con las que ellos se sientan útiles.
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