Los talleres de Renfe en Los Prados y el amianto representan desde hace treinta años una unión peligrosa. Y en medio de este matrimonio letal están los 250 trabajadores que conforman la actual plantilla y que cada día se enfrentan a este poderoso enemigo que pende sobre sus cabezas.
Unos 10.000 metros cuadrados de uralita es el nocivo material que todavía pervive en esta fábrica malagueña. El amianto ha sido el revestimiento de los vagones del AVE durante lustros y ahora las peticiones de retirada progresiva y segura de este nocivo mineral de los techos y su sustitución por placas solares siguen sin respuesta.
Uno de estos trabajadores y presidente de la Asociación Víctimas de Amianto Avida Málaga, José Antonio Martín, lucha por el desmantelamiento en Los Prados de este material nocivo para la salud, que ha provocado numerosos cánceres entre los empleados de la factoría malagueña por su continua exposición.
Por ello, ha recogido las firmas del conjunto de la plantilla, los 250, que entregará en el departamento de recursos humanos de la empresa para exigir la realización a todos los trabajadores de pruebas diagnósticas de alta resolución y más completas, como puede ser tacs especiales, unos exámenes que han sido recomendados por la directora de la UGC de Neumología del Hospital Virgen de la Victoria, María Victoria Hidalgo Sanjuan , para detectar, sobre todo, los temidos mesoteliomas.
No en vano, la uralita ha generado una gran inquietud y desazón entre estos empleados ferroviarios que se someten a revisiones periódicas anuales, consistentes en radiografías rutinarias, pero no estos tacs especiales, a los que someten sólo al medio centenar de trabajadores afectados por nódulos encapsulados en el pulmón; unas lesiones que “hay que vigilar” con una mayor frecuencia.
José Antonio Martín asegura que los obreros tienen “mucha preocupación” y “cabreo” con las toneladas de amianto de las cubiertas y que Renfe todavía se resiste a retirar de una vez por todas. “Hemos hablado con la empresa, pero sólo nos dicen que lo tienen que estudiar. Están reticentes porque es un proceso muy costoso”, explica Martín.
Pero este miedo se intensifica todavía más con los millones de partículas dispersas por los soportes de las columnas unidas por hormigón, asegura Martín. “Hay roturas y agujeros en las placas, así que estamos trabajando con mucho polvo en suspensión”, afirma.
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