Notas de un lector

Entre lo insólito y lo real

Rosa Amor, doctora en Filosofía y Letras, galdosiana de pro y directora de la revista “Isidora”, firma esta entrega con el poeta Luis Ángel Marín

Hace ya muchos años, Antonio Murciano dio a la luz un libro, que sigue siendo muy significativo en su obra, titulado “Amor y palabra”. Y traigo aquí tal título, para decir que Amor (Rosa Amor) es la palabra desbordada, el borbollón verbal que va cuajando en poemas muy diversos y que, en este caso, conforman el volumen “El oficio de las pirámides” (Isidora Ediciones, Madrid, 2016)
Pero Rosa Amor, madrileña del 63, doctora en Filosofía y Letras, galdosiana de pro y directora de la revista “Isidora”, firma esta entrega con el poeta Luis Ángel Marín, zaragozano del 52, residente en La Palma, y autor de trece poemarios. Estamos, pues, ante una obra singular, encabezada por unos versos de Marín muy reveladores: “Quitar la voz a la palabra/ y tirar las letras al fondo al mar./ Aún queda el Poema”.

    Quien esto escribe no comparte tal afirmación, lo que no impide que la reconozca representativa de un modo de hacer que, paradójicamente, se basa, en lo esencial, en la verbalidad más abundosa y derramada: “Hoy el Mundo es un cofre/ con mil cerraduras”. Estos dos poetas que aquí aúnan sus versos tratan de abrirlas con otras tantas llaves que les facilita su fluyente itinerario interior, donde buscan su equilibrio lo insólito y lo real, y donde el caraycruz del Ser-No Ser es moneda que rueda sin más rumor que el de sus silencios. Lo sólito así recuperado, se inserta en el magma bipolar del anhelo frondoso, mientras “el azar golpea/ con la fuerza de un beso/ y la hondura/ signada en los preludios”.

     Con esa fuerza y esa hondura trata de construir su poesía Magali Alabau, cubana de Cienfuegos, residente en Nueva York, cuya trayectoria vital y literaria está colmada de experiencias. Tras desarrollar una amplia carrera como intérprete, dejó los escenarios -mediados los 80- y se entregó a la escritura, concretamente a la poesía, género en el que cosechó varios premios, entre ellos, el de Poesía Latinoamericana, otorgado a su libro “Hermana”, que la editorial Betania acogiera en su día. Ahora, ese mismo sello, y tras un largo silencio de la autora, publica “Amor fatal”, con prólogo de Manuel Adrián López.
Aludiendo a tal título, escribe el prologuista: “Una canción es capaz de causar una avalancha de memoria y obligar a cualquiera a recapitular sobre el efecto dominó al que todos estamos sometidos”; y añade: “Magali tiene el don de saber entretejer magistralmente e intercalar fragmentos de sueños y ruidos de una ciudad que devora”.

     He apuntado anteriormente, a propósito del tándem Amor-Marín, esa búsqueda del equilibrio entre lo insólito y lo real, que vuelvo a hallar en los versos de esta cubana inmersa en la vorágine neoyorkina: “Un fantasma en la Quinta Avenida/ compra una papa con mostaza,/ una Pepsi y zumba para el otro trabajo”; o bien: “¿A quién le importo?/ Ni a la tierra ni al mar,/ ciudadana prestada./ No hay espejos”.
Pero sí los hay, y en ellos se mira cada día esta trasterrada que evoca su ayer y lo enfrenta a su hoy, acaso entonces no añorado, por ignoto, y ahora asumido con una agridulce resignación. “Apareces en pedazos de sueños”, dice. En reconstruirse se afana, en estos dos actos de su comedia versal.

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