Más de una decena de poemarios avala la obra de Francisco Castaño (1951). Ahora, con “Una mirada que se compromete” (Hiperión. Madrid, 2016), suma un nuevo título a una trayectoria lírica regida por la coherencia y el amor a la palabra.
Tiempo atrás, el poeta salmantino, dejó escrito: “Yo no quiero más gloria que tus ojos,/ Lector, sobre mis versos/, Y que sientas también el mismo gozo”. Aquella sentencia -que bien valdría para una personal poética-, sigue siendo, en buena medida, la guía y el aliento que mantienen a Francisco Castaño al pie de las letras. Pero también a estar alerta de todo cuanto su mirada y su alma puedan cobijar.
En estos nuevos versos, queda de manifiesto la manera en la que el yo poético activa su pensamiento y a través de la realidad proyecta su compromiso sobre cuanto acontece en derredor. Por tanto, la contemplación no es tan sólo propicio hallazgo, provechoso azar, vital ebriedad…. sino necesario deberque sepa distinguir la experiencia verdadera de la falsa costumbre. Desde esa rutinaria certidumbre, podrá fundarse una razón que libere al ser humano de la insustancial indolenciaque, a veces, concede la existencia: “No juzgues si no quieres ser juzgado./ Limítate a saber con quién estás,/ A no olvidar qué fue lo que te trajo/ Y a conocer las leyes del lugar./ Juzgar a los demás no te hace sabio,/ Ni te da nada que no tengas ya,/ Ni tan siquiera ayuda a ver más claro/ Y no es gratificante ni eficaz”.
En este volumen, Francisco Castaño mantiene la principales claves de su quehacer: un preciso dominio formal, una temática actual y una fina ironía que enfrenta al diario acontecer. Sabedor de que la palabra es una condición de la existencia del hombre -y no un simple objeto-, su verso guarda también una carga metafórica, responsable, que quiere participar como denuncia contra el acomodo o la pasividad de muchos. Desvestido, pues, de inútiles retóricas u oropeles, su mensaje se postula como resorte estimulador: “No seguir el dictado de la inercia/ Es acaso el más arduo de los gestos/ Que alcance a componer una conducta/ Con la que no acabar en desacuerdo./ Aunque fingir que sigues la corriente/ -Es una amable concesión pacífica/ Que evite estériles malentendidos-/ Es algo más que una estrategia cínica”.
Son estos poemas, al cabo, ascuas que se encienden para hablar con el prójimo, para insinuar y compartir vivencias, para conocerse mejor por dentro. Porque sabe el poeta, que en poesía, el tiempo vivido es tiempo que se torna verso perdurable, verso en las venas de ese reloj efímero que supone la humana condición.
De ahí, que su verdad crezca y nazca al hilo de estas confidencias, de estas propuestas, de estos paisajes, de estos protagonistas…, que conforman un personal y enriquecedor mosaico de sugerentes complicidades para con el lector: “La vida no le debe nada a nadie./ La vida es un azar y no se puede/ Decir que el azar sea responsable (…) La vida no le debe nada a nadie./ No dejes a deber nada a la muerte”.
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