En los últimos meses, desde el Ayuntamiento de Sevilla se ha puesto en marcha un proceso participativo que pretende culminar en la elaboración de un Plan Director que marcará las políticas culturales en el ámbito municipal en los próximos años.
En el marco de estas acciones, el Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla, el ICAS, convocó el pasado mes de abril a asociaciones, gestores culturales, creadores y expertos a las #JornadasCulturaSev, dos sesiones de trabajo en las que se pusieron las “bases para la transformación de las políticas culturales de Sevilla”, tal y como dicen sus promotores.
Desde la Asociación de Gestores Culturales de Andalucía (GECA), que representa a más de 400 profesionales en toda la comunidad autónoma, y 120 en la provincia de Sevilla, valoramos positivamente este tipo de iniciativas que dan voz a la ciudadanía y, en concreto, a los profesionales del sector.
Y hacemos esta valoración desde una cautela absoluta, porque no es la primera vez que asistimos a procesos de este tipo que finalmente terminan convirtiéndose en una mera estrategia legitimadora de decisiones políticas unilaterales. Confiamos en que en este caso no sea así.
La Cultura necesita de participación. La época en el que la Cultura era un monopolio de la Administración pública ya pasó. Ese modelo marcado por la verticalidad y el paternalismo en el que las instituciones dictaban y creadores o gestores acataban, pertenece al pasado. La crisis económica ha hecho mucho daño a la Cultura, pero también nos ha llevado a aprender valiosas lecciones. La primera de ellas es que sector público y privado están destinados a entenderse. La gestión cultural tiende a modelos de gestión y de financiación híbridos, en los que empresas y Administración pública tienen que planificar de manera conjunta.
La Cultura en nuestra ciudad necesita de una reordenación seria y rigurosa y ésta es una tarea que el Ayuntamiento no puede permitirse hacer si no es escuchando la opinión de los profesionales. Para ello hay que aprender a conjugar las decisiones políticas con los criterios técnicos que necesariamente deben partir de los profesionales que conocemos bien el sector.
La ciudad necesita poner en valor una rica oferta patrimonial que vaya más allá de la Catedral y el Alcázar. Debemos reordenar de manera seria la oferta de artes escénicas de la ciudad. Tenemos que repensar el papel que queremos darle al libro y a nuestra red de bibliotecas, potenciar los festivales y eventos singulares que componen un calendario único o establecer espacios colaborativos reales en los que las decenas de empresas culturales de la ciudad tengan voz y voto.
Además, la Administración tiene que reflexionar sobre el modelo de gestión que realiza.
El ICAS fue planificado en la era de Monteseirín como un organismo autónomo que articularía las políticas culturales del Ayuntamiento de Sevilla. El plan de Juan Carlos Marset, entonces delegado de Cultura, nació como un fracaso. Las trabas burocráticas no permiten a esta entidad desarrollar un auténtico trabajo autónomo, que la ciudad se merece. Por eso, el Consistorio debe plantearse como objetivo inicial cambiar su propia estructura para hacerla más eficiente.
En definitiva, la Cultura avanza hacia un nuevo periodo en el que los profesionales y los ciudadanos debemos estar en el centro de las decisiones. Sevilla no puede permitirse perder la oportunidad de construir algo real, un verdadero modelo de Cultura entre todos.
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