Notas de un lector

Un ahelo común

Con más de una decena de poemarios ya editados, Nuria Ruiz de Viñaspre (1969), da a la luz, “La zanja” (Denes. Colección Calabria. Valencia, noviembre de 2015)

Con más de una decena de poemarios ya editados, Nuria Ruiz de Viñaspre (1969), da a la luz, “La zanja” (Denes. Colección Calabria. Valencia, noviembre de 2015), libro galardonado con el premio “César Simón” de poesía.

    En esta ocasión, la poetisa riojana se vale de un yo lírico que apuesta por hacerse entender desde la perdurabilidad de lo real. Es decir, lo permanente es materia viva, pero lo caduco y perecedero, es sólo una ficción o un simple ensueño. Acaso, esa perspectiva primigenia, nazca de aquel concepto unamuniano, en donde lo onírico no era sino expresión de fugacidad e inconsistencia de lo mortal. Pero el esfuerzo que todo ser humano expresa desde su conciencia en pro de la pervivencia, es el que convierte en dolor potencial su lucha vital. De ahí, que la autora, no busque compadecerse, sino convertir su duelo en fuente de amor que sane su interior: “Afuera mi corazón desmiente a mi boca y se encara con mi mente”.
Además, el poder balsámico de la palabra, se torna imprescindible para remontar la tragedia de esa fugacidad humana: “las palabras a veces son bellas esculturas/ ancladas al pie de las muñecas/ empaladas a la vena”. Con ellas, junto a  ellas y desde ellas, se puede batallar, sin embargo, frente a la inactividad e indolencia de aquellos que no creen en su condición heroica y virtuosa.

     Detrás de este título tan áspero como sugeridor, “La zanja”cava y excava las inasibles respuestas que revelen la superación y  ulterior libertad del individuo. El valor íntimo de cada ser nace de su propia intuición, de su capacidad crítica, de su realización. A sabiendas de tales premisas, Nuria Ruiz de Viñaspre apuesta por enraizarse en un lenguaje racional y empírico, que acerque al entendimiento a ese territorio de salvación que es la felicidad.
Su decir crece como un himno desde cuyas notas se alienta el perdón, se desnuda la culpa, se borra el pecado: “Y detrás de este paisaje, que es un país de nadie y mar estéril, un dolor de nubes (…) Soy un dintel que tiene frente a sí un futuro prometedor en el que bucear, y tras de sí un pasado hermoso que dejó de ser futuro y dejó de ser aquí”.

     Dividido en cuatro apartados,  “Ciervos en zanjas”, “Pico”, “Pala” y “Zanja”, el volumen respira un anhelo común, una nostalgia solidaria, que se resuelve desde una semántica multiforme y elástica que conduce al lector hasta los extremos de la significación. Mas la certidumbre de cuanto aquí acontece, vuelve palpable la nomenclatura de un mensaje cuasi confesional: “cuántas veces el huésped de la pena/ ha entrado en mi zanja/ cerrando la puerta tras de sí”.

    La cita que abre el poemario, “escribir es entregarse a lo interminable”, del intelectual galo Maurice Blanchot, se torna, al cabo, una declaración de intenciones de todo cuanto Nuria Ruiz de Viñasprecanta y cuenta en estos versos.
Su personal universo, su trascendente visión, emergen desde una solida estructura verbal que convierten el conjunto en un atractivo y plural caleidoscopio: “me he quedado dormida en el centro de mi bosque/ y ahora yo soy yo/ soy tampoco”.

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