Los que ya superamos la cincuentena de tacos de almanaques recordamos aquellas inolvidables Ferias y Fiestas de la Vendimia con la presencia anual de un escocés, alto como un palo de teléfono, enjuto, perfectamente ataviado con el traje típico de su tierra anglosajona. El escocés era una imagen habitual en aquellos fastos del mes de septiembre que un año, no se sabe bien por qué razones, el Gobierno Municipal que presidía Pedro Pacheco los borró de un plenazo. Y la moviola de los recuerdos se me puso en marcha poco después del mediodía cuando vi pasar por una de las calles del González Hontoria a un tipo con falda, con camisa blanca inmaculada y corbata y con aires no hispanos. Un escocés, tenemos otro escocés, muchos años después, paseando por el real. Pero en lugar de hacerlo en septiembre, lo hace en mayo, mide muchos centímetros menos de aquel de mis años infantiles, está sonrosado, o rojo quizá de tomar el sol, no sé si embotellado o no, en demasía pero ahí quedó esa imagen de un personaje cuanto menos peculiar que hacía que todos los que pasasen a su lado se parasen a mirarlo. El escocés, o aspirante a escocés, vaya usted a saber, fue una de las atracciones en el día en el que las mujeres vestidas de faralaes se hicieron las dueñas y señoras de un real que por tener tuvo hasta lluvia.
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