Le expongo, si le parece, dos reflexiones y comenzamos a hablar por donde usted quiera. La primera es que me da el pálpito que su ordenación ha sido un soplo de aire fresco ante tanta falta de vocaciones y la segunda es que, según me comentaba años atrás el salesiano, ya desaparecido, Antonio Hidalgo, las vocaciones tardías hace mejores sacerdotes...
—Comienzo por el aire fresco. A todo soplo de aire fresco hay que dejarle abierta las ventanas, como diría Juan Pablo II; porque si no el aire fresco no sirve para nada. El aire fresco cuando lo percibe cualquier persona genera unos frutos, un bienestar. En esos frutos es donde de reconoce que el aire era fresco, por lo que antes de hacer una valoración sobre el sacerdocio de cualquier persona hay que dejar pasar bastante tiempo, ver los frutos para ver si verdaderamente era aire fresco o no. Aún así, no hay que tener miedo y dejar las ventanas abiertas, porque si no es imposible. ¿La otra reflexión era?
Las vocaciones tardías, porque usted ingresó en el seminario con 29 años sabiendo lo que quería.
—Una vocación tardía, en todo caso, sabe relacionarse mejor con la realidad porque ha tenido la posibilidad de estar en muchos muchos momentos y lugares diferentes de la realidad. Pero nosotros hablamos de un Misterio que trasciende esta realidad y también hablamos de la realidad y en eso siempre estamos en manos de Dios. Cuando se trata de hacer presente un Misterio a través de palabras, obras o hechos concretos que están fuera de la celebración de un Sacramento, todos dependemos en un porcentaje muy elevado de Dios. Para aquellos que han entrado en el seminario con una cierta experiencia de vida el mensaje se le transmite con una mayor facilidad porque saben, sabemos, adaptarnos a cualquier circunstancia. Eso es cierto.
Tan cierto como que faltan vocaciones, porque ¿cuántas vocaciones hay en el seminario?
—En Jerez, una vez que los diáconos se ordenes sacerdotes, quedarán tres vocaciones. Pero no creo que el Espíritu Santo solo haya mandado tres vocaciones. Hay limitaciones humanas que impiden que lleguen vocaciones y, también, que las que llegan fructifiquen. Debemos analizar lo que está sucediendo porque no solo debe hablarse del seminario sino de todo aquello que hace posible que exista, es decir los sacerdotes que están en contacto con los jóvenes con los que comparten su inquietud vocacional para que, de alguna forma, sean enviados al seminario, la vida en el propio seminario con las vocaciones que progresan y las que se quedan a mitad de camino...Hay que hacer un análisis de toda la realidad completa y ver qué es lo que está fallando, porque el fallo es humano.
¿Quizá como consecuencia de este materialismo salvaje que nos ahoga?
—No. Tengo claro que el impedimento no es el materialismo. Vocaciones hay, aunque unas siguen adelante y otras no y hay que ver por qué algunas fallan. Reitero, y quiero destacarlo, que vocaciones hay y que la tara es humana, el defecto es humano y se necesita tiempo y dedicación para saber dónde estamos fallando.
Pero hay una laicidad que no se puede obviar.
—Claro, la laicidad es parte integrante de las vocaciones. La laicidad no se entiende sin el sacerdocio de algunos, el pueblo de Dios. Desde esta perspectiva que la Iglesia nos plantea y que nosotros aceptamos, yo también acepto, si no hay vocaciones para los laicos es que algo se está haciendo mal o habrá que cambiar la forma de percibir y ordenar el pueblo de Dios que nos enseña la Doctrina.
¿La Iglesia se tiene que acercar más al pueblo?
—No voy por ahí. La pregunta iba muy centrada al tema de las vocaciones y del seminario y yo le he ampliado la realidad del seminario a algo que nace con el contacto de los jóvenes o de las familias de los jóvenes con los párrocos y y los años de formación posteriores y en esa cadena debe haber defectos, habrá defectos humanos. Pero no pasa nada. Quizá sea un momento, como ha hecho siempre la Iglesia a través de grandes Concilios, de grandes Sínodos, de analizar lo que está ocurriendo porque hacen falta sacerdotes. No creo que el Espíritu Santo no esté llamando a nadie más que para que sea sacerdote.
A usted el Espíritu Santo le llamó cuando estaba al frente de la Hermandad del Soberano Poder.
—Sí. Y llamó a aquel Iván que era y es un trasto. No tengo dudas de que sabía a quién llamaba. A los jóvenes que me encuentro y que tienen una inquietud vocacional lo primero que les pido es que reconozcan la voz del Espíritu Santo y de Dios en su corazón, para que con el paso del tiempo cuando caigan, cuando sufran se den cuenta que el Espíritu y Dios, que lo sabe todo, contaba con ese error.
Habíamos quedado citado en la parroquia de Las Nieves . En uno de sus salones enhebramos la conversación con este sacerdote recién ordenado que ya ejercicio su Ministerio en la parroquia Nuestra Señora de La O de Rota, donde también estuvo trabajando como diácono. Por eso, en un vuelco al diálogo, le quise hablar de la sociedad que, habiendo salido del seminario, se ha encontrado, con qué calle se ha topado.
—Es una pregunta muy interesante. Yo, de todas formas, no he perdido el contacto con la sociedad jamás...
Perdón. ¿En el seminario no se pierde esa realidad?
—En el seminario se intenta organizar la realidad de una forma muy diferente a lo que después te encuentras en la calle.
Sobre esa calle quería que me hablase.
—La ventaja que tenemos es que las calles, las parroquias, están llenas de la presencia de Dios, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Cuando profundizamos vemos que Dios se hace presente a través de de muchísimos gestos que exceden el espacio de la catolicidad. Dentro de lo católico Dios se hace presente, pero fuera también. Sería una pobreza quedarnos solo en las personas católicas. Hay que salir y ver en los no católicos porque ahí, como se ve en algunos documentos del Vaticano II, fuera de la Iglesia también hay una presencia muy grande de Dios que nos enrique y sirve para que ellos se enriquezcan con nosotros. Ese abanico que va más allá de la catolicidad se percibe fuera del seminario y también que la realidad eclesial católica que se encuentra es más enriquecedora de todo lo que te pudieses imaginar en el seminario.
Pero la gente es muy reticente a estar en los templos...
—Sí va la gente a los templos. Eso es un mito. Se ha creado una idea falta sobre las personas que realmente acuden a las Eucaristías. Si hiciésemos un estudio sociológico nos sorprenderíamos porque asisten muchas miles de personas. Si quiere le pongo algunos ejemplos. El mismo de esta parroquia de Las Nieves donde el fin de semana pueden venir del orden de las mil trescientas personas y como ésta hay muchas parroquias y muchas iglesias como Capuchinos que puede acoger entre mil quinientas o mil ochocientas personas aproximadamente. Ya le digo que si la afluencia la pudiésemos tasar sociológicamente sería una sorpresa y, aunque para nosotros eso no es necesario, ese mito se caería.
¿Y decir que no quieren sacerdotes cofrades, usted lo es, también es un mito?
—Creo que no se puede decir que no se quieren sacerdotes cofrades. Ciertamente es otro mito que existe. Lo que sí es cierto que no se ha tenido en cuenta que las cofradías son un germen de sacerdotes. En mi época de seminario, de trece miembros nueve o diez veníamos de las cofradías, A la religiosidad hay que prestarle una especial dedicación en la Diócesis de Jerez, porque es importante que encuadremos esta conversación en la Diócesis de Asidonia ya que hay otras que trabajan de otra forma y tienen otras realidades.
Siendo cofrade se ve de distinta manera...
—No es eso. Una de las cosas que vas aprendiendo es que las cofradías son un grupo de los muchísimos que hay dentro de la Iglesia. Sin más. Ocurre que la religiosidad popular, no me gusta hablar solo de cofradías, ocupan un lugar privilegiado, como han expuesto tanto el Papa Francisco como Ratzinger, y donde Dios también habla. Tiene sus desórdenes pero hay que destacar la fidelidad a la Iglesia en lo que a los Sacramentos se refiere, y en lo cofrade hay que recalcar, como lo recalcaba don Juan Del Río, la fuerza que tienen para que esta sociedad no se secularice. Y de eso, cuando uno está en el Pueblo Español de Roma, se da cuenta porque los obispos y sacerdotes del norte valoran mucho más esa labor de los cofrades mucho más que nosotros. El problema surge cuando queremos que las cofradías realicen una labor que no les corresponde.
Me decía que las cofradías son un grupo más dentro de la Iglesia. Armonizar esos distintos es complicado.
—No tiene por qué. La realidad tiene que ser muy concreta y precisa porque, según las parroquias, se funciona de una forma u otra. Si no, ahí va la pregunta, ¿todas las cofradías son iguales?.
No
—¿Funcionan todas de la misma manera?
Tampoco
—Eso es. Tendríamos que analizare de qué parroquias estamos hablando. Tenemos que aprender de las que funcionan. Hay parroquias en la que todos estos grupos conviven con cierta armonía. Son modelos que tienen que ayudar y, por tanto, no hay que crear cosas nuevas.
¿Cómo son los primeros días de su nueva vida como sacerdote?
—Hay una cosa en mí que cambia de la vida de diácono a la de sacerdote. Idealicé mucho la ordenación de diácono y no he idealizado ser presbítero con lo cual todo lo vivo como una sorpresa. Cuando me meto en un confesionario para mí es una sorpresa, cuando celebro la Eucaristía para mí es una sorpresa y enajenas porque ves que la esperanza en los demás no la cresa tú sino que la crea Dios directamente. Llegas a percibir como la Eucaristía, como germen de esperanza, es algo que viene de Dios, la paz que genera el sacramento de la confesión es algo que viene de Dios y no de ti y eso, personalmente, me ayuda a ser más normal.
Hablando de percepciones. ¿Qué percibió el día de la Ordenación Sacerdotal?
—Diocesanidad.
Me está haciendo mucho hincapié en la Diócesis.
—Porque es muy importante,. Personas de diferentes pueblos de nuestra Diócesis agrupadas con una misma esperanza, una misma fe y con frutos muy concretos que hicieron que lo viviera con mucho gozo y alegría. Así de claro se lo digo. Y le reitero que la palabra que define ese día es diocesanidad.
Y ahora está de coadjutor.
—De coadjutor en la parroquia Nuestra Señora de La O de Rota con mi querido sacerdote don Ildefonso, que ha sido para mí vital en este último año. Compartimos las tareas por igual y todo se hace con normalidad porque la gracia la hace Dios.
Y de Rota, según tengo entendido, en septiembre de marchará a Roma
—Porque tengo que terminar la tesina y eso me llevará un año. He elegido un tema que es la hermenéutica y trabajará con una profesa, María del Carmen Aparicio. Allí estaremos trabajando y al finalizar volveremos.
¿A dónde le manden?
—Donde me manden habrá almas, que a eso estamos llamados nosotros.
Pero el Miércoles Santo hará estación de penitencia con su hermandad del Soberano Poder
—La realidad que me construye como hombre y me deposita con mucho cariño, con muchísimo amor hasta que entro en el seminario es mi Hermandad del Soberano Poder. Después en el seminario entran otras realidades que me conquistan y que me han hecho llegar a ser el sacerdote que está ante usted.
Me figuro que dentro del seminario se encontraría una realidad espiritual alejada de la de la falta de valores que existe en la sociedad en general.
—Dentro del seminario participé en diferentes pastorales donde aprendí a comprender al otro, a meterte en el papel del otro, del que no tiene nada porque tú antes has estado sin nada. Cuando le hables ellos te escucharán porque sabes que les hablas desde la experiencia. Yo me topado con gente, como las antiguas alumnas de la Compañía de María, que le pegaron un vuelvo al sentido del amor y la entrega que yo tenía. Hicimos tantas cosas y recibí tanta espiritualidad que aprendí a no esperar nunca nada a cambio. Dar lo mejor de mí mismo sin esperar nada y recuperar mi esperanza, la espiritualidad de Tesé, la profundidad en el espíritu humano y la ecumenicidad y ver el rostro y la acción de Dios en aquellos que están fuera de la Iglesia Católica. Eso me lo aportó Tesé igual que la interioridad, la tranquilidad y la templanza. Y también la parroquia de Las Nieves que se ha convertido en mi parroquia. Soy un enamorado de La Granja, del Soberano y quiero mucho a la parroquia de la Santa María Madre de La Iglesia, pero el apoyo espiritual y humano que se necesita cuando uno está en una situación de pasividad porque te tienes que dejar hacer, se hizo presente a través de Las Nieves durante mi vida de seminarista. El vínculo que tengo con esta parroquia, con sus mayores y sus jóvenes, hace que yo sea un hombre agraciado. Ellos me han enseñado a darle gracias a Dios todos los días y el regalo más bello que me han hecho son ellos mismos y la fe. Aquí he visto una comunidad celebrando. Como parroquia tengo que darle las gracias a Las Nieves y también me he encontrado realidades como La Prioral de El Puerto donde el párroco, don Diego, salvó mi bachiller y donde conocí a un grupo de jóvenes que renovaron mi esperanza. Y no puedo olvidar la parroquia de La O donde he estado el año de diaconado, el año más difícil de mi vida y el año en que más esperanza he encontrado y donde me han enseñado, con pasos más agigantados, en qué consiste ser sacerdote. Y tengo que hacer mención a la Institución Teresiana de Alemania, porque he pasado muchos veranos en Munich, por iniciativa primero de don Juan del Río y luego de don José, y me ordenaron interior y exteriormente, le dieron orden a mi vida. Ese orden tan necesario para trabajar porque somos pocos y tenemos mucha labor. Y sacerdotes tan grandes, como José Manuel, de Guadalcacín, el de La Entrega como se le conoce, o don Enrique Hernández. Esto sin duda es obra de todos. Agradeceros que os hayáis acordado de mí y me gustaría, si me lo permite, despedirme de todos pidiendo disculpas por aquellos errores que haya podido cometer durante mi vida.
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