En un reino imaginario, la historia encuentra un relato en la que el narrador, que “pinta menos que un cuarteto en el Tangay”, se las ve y se las desea para encajar a unos personajes surrealistas en un cuento que tendrá un final feliz. Golpes genialmente engarchado y que van dando vida a una parodia que encandila al público.
El narrador avisa que “está to loco, me gasto 300 euros, compro los bolígrafos y tiro las entradas al carajo”.
El rey, Kichi, y la princesa, Teresa Rodríguez, comerán perdices. Colorín colorado el cuento tendrá más vida.
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